Capítulo 9

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Amanecí en una mullida cama, cubierta de sábanas. Miré a mi alrededor. Todo era blanco de nuevo.<<No, no, no>>. Tenía que ser mentira. Los sueños se hacen realidad, pero nadie cuenta con que las pesadillas también son sueños. 

—Felicidades. Acabas de cavar tu propia tumba. —A pesar de tener los ojos abiertos, no veía a la persona que pronunció aquello. ¿Me lo decía a mí?—. Me dijiste que me apoyabas. —La voz rasposa del hombre habló. 

—Y te dije que no apoyaba a maltratadores como tú.

No sabía quién dijo aquello, me pareció un golpe bajo hacia la otra persona. Me recordaba a Heskel. Un grito grave me hizo volver a cerrar los ojos con fuerza. Los abrí lentamente; ahora las sábanas estaban salpicadas de un líquido parecido a la sangre. El tacto de algo cálido en mi mejilla se hizo presente. No sabía quién o qué me tocaba la cara, pero sus caricias eran reconfortantes. 

¿Quién diría que lo que vi solo era el efecto de una píldora del sueño? O a lo mejor era lo que pasaba a mis espaldas mientras yo no estaba presente. 


El color blanco desapareció y volví a ver el marrón de la casa en el bosque. Estaba tendida en el suelo y me dolía todo. No recordaba nada de lo que había ocurrido para acabar ahí. Me levanté a duras penas y comprobé que la puerta estaba abierta y parte del jardín exterior destrozado. Fruncí el ceño; yo no había hecho eso. Bajé la cabeza y respiré. Cerré la puerta y me apoyé en ella. Aún llevaba el vestido reglamentario para todos los prisioneros del palacio, por lo que vi oportuno buscar algo de ropa. Sonreí mientras me dirigía a las escaleras. Le tenía un especial cariño a esa estancia. El cómo aún no conocía todos los rincones. Mi habitación se encontraba nada más subías, algo bastante práctico en estos momentos. Olía a vainilla y rosas. A Kay no le gustaba el olor a rosas. Ni a mí el de la vainilla. Me sorprendí al percibir el aroma pues nunca lo habíamos usado. Mis sospechas se hicieron realidad; alguien había pasado por aquí. 

Aparté mis pensamientos y me adentré en mi sala. Todo estaba alborotado. Sea quien haya sido, le dio por destrozar el orden que prosperaba. Me dirigí directamente al armario y busqué algunos pantalones cargos y una camisa. Cuando terminé de cambiarme, me senté en el borde de la cama pensando en qué hacer. No podía arriesgarme a salir de casa; sería buscar mi propia muerte y no tendría sentido alguno. Iba a tumbarme cuando se me ocurrió investigar la casa a fondo. Lo tenía prohibido, pero él ya no estaba. Caminé descalza hasta el final del pasillo. Miré al techo; estaba dispuesta a entrar al desván. Estaba bastante alto, por lo que tuve que ir a buscar una escalera.

Cuando por fin me adentré, parecía una realidad totalmente distinta. Las paredes eran de un tono verdoso apagado; y habían cajas amontonadas entre sí. La que más me llamó la atención fue una en la que ponía ''Dowland. F'' con la distinguible letra del pelinegro. Rompí con las uñas la cinta que envolvía el paquete. Dentro de este se encontraban varias cosas, pero, por encima de todo, un álbum de fotos. Agarré el objeto y quité el polvo. La cubierta era bastante simple; de color gris y con una etiqueta sin nada escrito. Las páginas estaban un poco descoloridas o manchadas, pero aún se apreciaban las fotos.

Una me llamó más la atención que ninguna. Una mujer sostenía a un bebé en brazos; al lado, había un hombre bastante alto sonriendo con los dientes. Estaba en blanco y negro, por lo que no pude apreciar muchos detalles. Lo único que sí veía con nitidez eran los colmillos del chico.¿Esos seres eran de Dowland? Nadie de mis tierras poseía dientes así. Volví a guardar el cuaderno de fotografías y cerré de nuevo la caja. Observé a mi alrededor, aburrida. Las demás no tenían nada escrito y no me llamaban la mínima atención. Suspiré y bajé de ahí. El ruido de una cerradura me hizo tensarme.

La TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora