Capítulo 13

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Sin darme cuenta, mi pie también estuvo atrapado. ¿De dónde salían tantas? Parecía que tenían vida propia. El chico al que acompañaba se inclinó hacia mí. 

— ¿Necesitas ayuda? 

—No, qué va. Es que me gusta estar tirada en el suelo rodeada de raíces. 

Suspiró, puso los ojos en blanco y me rodeó para, a continuación, liberarme de aquellas cuerdas. Me levanté y analicé mi brazo. Una pequeña espina estaba incrustada en él, pero no dolía así que no le di importancia. No pasó mucho tiempo cuando una tapa hecha de madera y recubierta de hojas se presentó ante mis ojos. De hecho, no la veía; parecía estar conectado a un edifico que estaba bajo tierra. La parte que asomaba era como una chimenea. Entrecerró los ojos cuando se acercó y, empleando mucha fuerza, movió el rectángulo. Me acerqué y asomé la cabeza. Era, literalmente, un conducto muy hondo y un tanto estrecho con escaleras en forma de caracol. Todo indicaba a que teníamos que bajar por ahí. 

Suspiré y nos encaminamos bajo tierra. Resultó ser una cámara simple; decorada con dos sillones, una mesita y con contadores de cocina. También había una nevera minúscula.

—Voy a curarte las heridas y luego veré qué haremos. Tarde o temprano nos encontrarán. Vendrán a por ti y a mí me mataran. 

Que positivo. Me senté en un asiento y descansé. Por fin sentada tras horas de andar. Siguió en mi campo de visión aun cuando fue a buscar nuevas vendas. Oí que algo se caía fuertemente al suelo en la dirección a dónde fue. Giré la cabeza y me precipité hacia delante.Estaba mirándome, asustado. Se le habían caído unas vendas y un botiquín. 

— ¿Estás bien? ¿Qué ocurre? —Pregunté, me relajé un poco y cerré los ojos. 

—Tu brazo. —Le notaba la voz temblorosa. 

Miré la zona de la que hablaba. Me vi con la misma cara de horror que la de él anteriormente. Donde antes había estado la espina ahora se encontraba una extensa marca morada que se tornaba negra; como si fueran venas que se esparcen a lo largo de mi antebrazo; alguna también se dirigía a mi muñeca. Sentí que me mareaba y decidí recostarme. Aquello no podía ser real. Miré de reojo como recogía todas las cosas desperdigadas y se ponía de cuclillas a mi lado, cerca del reposabrazos del sillón.

—Voy a intentar curarte primero esto. —Dijo, refiriéndose a la mancha. Chasqueó con la lengua. Ese gesto era bastante repetitivo—. Tienes una espina bastante... rara. —Sacó unas pinzas del botiquín y las acercó a donde se encontraba la bendita ramita.

— ¿Cómo te llamas? —Salté, deteniéndolo. Puede que no sea el momento más idóneo, pero me era necesario dirigirme a él con algún nombre. 

—Heskel. Heskel Grambridge. —Y, dicho esto, tiró de la espina provocando un grito de dolor de mi parte. 


El techo daba vueltas y me dolía el brazo. Pasaron varios segundos hasta que logré recordar dónde estaba y lo que había pasado. El rubio no se encontraba cerca; miré mi antebrazo, parte de este estaba cubierto por un vendaje. Me levanté del sillón y me vi con la necesidad de sentir el frío suelo bajo mis pies. Giré la cabeza hacia el sillón cuando escuché un ruido raro. Se me heló el alma y no comprendí lo que vi exactamente. Era Heskel arrodillado y diciendo algo que no escuchaba. Pero mi cuerpo seguía ahí, inmóvil. 

—Te dije que morirías. —Era mi voz, la de la chica pelinegra la que se mezcló con mis pensamientos. 

 ¿Cómo había acabado así? Derrumbada, huyendo y sin poder descansar tranquila. ¿Realmente me merecía aquello? Me acerqué y me senté a su lado. Agarré mi propia mano. A pesar de que existan más de mil palabras, no sería capaz de explicar lo que sentí entonces. Una oleada de miedo, tristeza, impotencia; todo a la vez.

La TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora