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Su fiesta de quince años había sido la gran cosa, aunque sus padres tiraron la casa por la ventana, Sarita no había logrado disfrutar un solo segundo de esa dichosa celebración.

Se encontraba tirada en una silla esquineada, aburrida como una ostra y casi que durmiendose.

Ya todos la habían felicitado, más por educación que por apreciación real. Pues ella no era tonta y sabía que la tildaban de muy "amargada y seria" para su edad. Era porque en verdad no la conocían y ella no en cualquiera confiaba.

Ya habían partido el pastel, bailado el vals y todo lo que conlleva a celebrar un evento de quince años. Y aunque trato de mostrar su mejor cara, no hizo más que quedar como "aguafiestas" y en repetidas ocasiones de la noche su madre le repitió que debía cumplir con su deber y dar buena imagen.

¿Cuál deber?, el deber de estar con gente plástica y ser un maniquí.

Sara ya no aguantaba un segundo más en la sala de su casa. Y se hubiese marchado, si no hubiera sido por ese amigo suyo que verdaderamente no esperaba.

Franco la observó desde lejos y se lamentó en silencio, la conocía y sabía que la pelirroja lo había pasado mal.

Se acercó a paso apresurado deteniendose enfrente de ella quien no levanto la cabeza.

__¡Sara!

La muchacha levantó la mirada y le sonrió esperanzada.

__Franco... no te esperaba

__Si lo prefieres me marcho.__dijo bromeando pero Sarita no lo capto.

Hizo ademán de retroceder pero ella lo tomó del brazo halandolo a su lado.

__No seas bobo, Franco. Te juro que no aguanto un segundo más aquí. ¿Y tú qué?, ¿no estabas de viaje?

Franco miró a su alrededor y asintió. Verdaderamente era un desastre. Todos disfrutando a costa de los Elizondo menos la festejada.

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