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Y a continuación, observé como se echaba al hombro con facilidad al hombre que había noqueado.

—Espera, ¿A dónde lo llevas? ¿No se supone que estás herido de muerte? —hablé atropelladamente y él me envió una mirada desdeñosa antes de darse media vuelta y caminar en dirección opuesta al dormitorio.

—No sé quién infiernos eres y tampoco me interesa saberlo, me conformo con que agradezcas que salvé tu mediocre vida y te alejes de mí—replicó con hostilidad sin detenerse y me vi obligada a seguirlo. Su voz fue más dura y varonil que la noche anterior.

—Soy la chica que te regresó al hospital ayer cuando llegaste al bar pidiendo leche con chocolate en vez de una bebida alcohólica—aguijoneé. Él se detuvo abruptamente y yo retrocedí.

—Ah, la mesera—dijo con simpleza y continuó caminando.

—¿Cargar al vagabundo no te lastimará la herida de tu pecho? —quise saber. Sabía que me había vuelto loca, pero me atraía muchísimo ir tras él y sacarle conversación.

—No. Este cuerpo ya se curó por completo—respondió mecánicamente. Era extraño incluso en su forma de expresarse, volviéndolo muy exótico—ayer fue un sangrado normal por haberme levantado de forma brusca.

—Tú no estás en el dormitorio, de serlo, yo te conocería.

—Vine a buscar a una persona y no estaba, así que... —guardó silencio y gruñó, dándose cuenta que me estaba dando fe y razón de sus actos—no tengo por qué explicarte nada, fémina chismosa. Solo dame las malditas gracias y aléjate de mí.

—Gracias—añadí, esbozando una sonrisa—pero no puedo dejar que te vayas así sin más, cargando al hombre inconsciente. Déjalo a por ahí, después cobrará la conciencia.

—¿Quién dice que está inconsciente? —me miró a través del rabillo del ojo y por encima del hombro. No percibí vacilación en sus palabras y me di cuenta que aún no tenía puesto su piercing en su labio derecho.

—Si lo asesinaste, irás a prisión—susurré. El pánico estaba a nada de desatarse en mi cabeza.

Iremos a prisión—me corrigió—porque lo hice para salvar tu honor.

Sin miramientos, el vagabundo gimió de dolor sobre su espalda, volviendo a la realidad. Mi corazón se estremeció porque todo había sido un mal chiste contado por ese rubio checo de ojos preciosos y mal encarado.

—Lamentablemente tengo prohibido infligir un daño irreversible en este lugar—me confió, abatido y lanzó al hombre a un cubo de basura al inicio de un callejón oscuro—y el límite de mis habilidades es noquear con la fuerza permitida para no hacerlo pedazos.

—En cualquier parte del mundo es ilegal asesinar a alguien.

—Infortunadamente—siseó con decepción.

—¿Quieres un poco de café caliente? Ya es muy tarde para que regreses solo a casa—la verdad es que me sorprendí invitándolo al dormitorio. Era la primera vez que mi boca se adelantaba a mi cerebro.

Sin embargo, yo esperaba algún rechazo de su parte, más no aquel gesto que me dejó desconcertada. Esbozó una suave sonrisa torcida y negó con la cabeza, haciendo que la capucha de su sudadera se le bajara hacia atrás, dejando al aire libre su cabello perfectamente rubio y algo despeinado.

—El café es uno de los mejores manjares que pudieron haber inventado los humanos—dijo—y no puedo negarme a degustar esa delicia—enmudecida, asentí—pero yo no te conozco—se puso serio—no sé quién infiernos eres ni tú sabes quién soy yo. Deberías reflexionar sobre el tipo de individuos que invitas a tu dormitorio. No está bien visto que una dama meta varones al sitio donde duerme sin conocerlos.

Ephemeral Darkness ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora