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Depresión, inmundicia humana, recelo, odio, amargura, lascivia, avaricia, celos... todas esas emociones y actitudes negativas eran lo que hacía flotar la barca de madera raída a través del río Aqueronte.

Blackburn Varkáris había estado feliz de poder hacer algo emocionante como trasladar a las almas humanas a su destino a manos de Hades, después de su fatídica muerte repentina y miserable a manos de pandilleros. Creyó que, intercambiando lugares con Caronte, el gran barquero del infierno podría lograr divertirse un rato, ya que, después de todo, estaba muerto. Le habría gustado mantener su apariencia humana y no la de un anciano decrépito, pero aceptó deliberadamente el pacto con Persephone para darle sentido a su existencia y no ser descubierto por Hades.

El tiempo en el inframundo era diferente al mundo terrenal, por lo que ni si quiera tenía un segundo de descanso. Le encantó al principio estar presente mientras las almas se lamentaban y pedían piedad, pero a medida que miraba más y más a los infelices, se deprimió, comprendiendo que Caronte había tenido razón. Ese trabajo apestaba y no se dio cuenta de la gravedad del asunto cuando le tocó llevar el alma de una chica que él conocía de vista en el Colegio de Artes de Camberwell.

Amber Wright.

—Te conozco—se animó a decirle en cuanto ella tomó asiento en la barca con la mirada perdida. Su aspecto traslúcido aun representaba lo que había sido su cuerpo en vida y lucía terriblemente mal.

Ella apenas y volteó a verlo. Parecía saber en dónde se encontraba.

—Estudiabas en el Colegio de Artes de Camberwell, ¿verdad?

Tras aquella afirmación, Amber Wright frunció el ceño y fijó su mirada en él con cierta desconfianza.

—Para ser un simple lacayo de Hades, tienes bastante información de las almas que trasladas—arribó con mezquindad.

Blackburn hizo una mueca y dejó de remar.

—Sé muchas cosas y una de ellas es que fuiste la chica más ardiente del instituto—rompió a reír.

—¿Quién demonios eres tú? —espetó Amber con incomodidad, en especial porque a su perspectiva, estaba hablando con un anciano depravado.

—En este lugar soy Caronte, pero cuando estuve vivo y fui humano me llamaba Blackburn Varkáris—dijo él, acomodándose la túnica y preparándose para seguir remando.

—¿Qué? —replicó ella, desconcertada— ¿Cómo que Blackburn Varkáris?

—¿Me conociste en vida? —arqueó una ceja en su dirección—apuesto que sabías lo apuesto que era, ¿no?

—Dime que esto es una maldita broma de mal gusto.

—¿Por qué habría de bromear? —se encogió de hombros—aunque debo saber primero si puedo confiar en ti para contarte un secreto.

—¿A quién demonios podría contárselo? Estoy muerta—dijo ella con desdén.

Blackburn se quedó pensativo. Menos mal que Amber Wright seguía siendo tonta incluso después de haber muerto porque no se daba cuenta que en el inframundo el que reinaba era Hades y si él se enteraba, habría serios problemas.

—Cambiamos lugares—dijo Blackburn con simpleza—el Caronte real está en mi cuerpo humano y yo en el suyo—señaló su aspecto.

—Imposible...

—No lo es—afirmó Blackburn con entusiasmo—solo que estoy empezando a aburrirme. Eres la primera alma con la que intercambio palabras y, por cierto, no me has dado el pago para el viaje.

Ephemeral Darkness ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora