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La tragedia de la noche anterior fue un horrible impedimento para que yo pudiera conciliar el sueño. No pude sacarme de la cabeza aquel incidente del chico muerto que revivió y abandoné pronto las ganas de dormir. Encendí la lámpara del buró y rápidamente verifiqué la hora de mi teléfono: eran las tres con treinta y tres minutos de la madruga. Las supersticiones de mis abuelos acerca de esa hora en concreto, que supuestamente era del mal, me hicieron bostezar y levantarme. Apagué la lámpara para encender el foco de la habitación que alumbró la estancia. Eché un vistazo a la cama vacía de Amber y deduje que seguía en aquella fiesta con más compañeros de la facultad, festejando el fin del período de exámenes con alcohol, tabaco y sexo. La razón por la cual yo era la única en no asistir a divertirme con ellos, era porque cuando acepté la primera vez, quedé perpleja al ver las orgías que armaban de forma clandestina. Amber fue la primera en unirse e invitarme. De solo recordarlo, un escalofrío me abrasó hasta lo más profundo de mi ser. No culpaba ni juzgaba a nadie por su pasión a tener sexo en grupo, pero tampoco yo estaba obligada a participar para formar parte de ellos.

Encendí el ordenador, me puse los lentes y decidí editar las fotos más recientes que saqué con la cámara. Estábamos comenzando el mes de noviembre y la temperatura iba en descenso, señal de que pronto habría muchísimo frío y caería la primera nevada, haciendo que el panorama se volviera más hermoso con su manto blanco.

Con audífonos y mi música favorita, pasé las últimas dos horas siendo creativa con las fotografías, absorta de mi alrededor o de cualquier ruido externo.

—¡Sophie!

Pegué un salto y sentí que mi corazón se detenía del susto. Me quité los cascos y miré a Amber a un costado mío, con el rostro sonrojado y las piernas temblando, sin mencionar el sudor en todo su rostro y la tenacidad de mantenerse de pie sin caer. Su sonrisa pícara explicó su aventura desenfrenada sin decir una palabra y tampoco pregunté.

—¿Qué haces despierta? —interrogó, riéndose. Se lanzó a su cama y comenzó a cubrirse con la sábana aun con la ropa sudorosa y con las zapatillas puestas. Tenía el maquillaje hecho un desastre.

—Editando mis fotografías...

Mi respuesta quedó flotando en el aire al escucharla roncar en cuestión de segundos. Elevé los ojos al techo, sulfurada y apagué el ordenador, la luz y me fui a acostar. Faltaba poco para que amaneciera.

No estuve equivocada al pensar que la noticia del chico apuñalado que sobrevivió estaría en todas partes. Cuando desperté, Amber ya no estaba en su cama, sino sentada a los pies de la mía, escuchando con atención el noticiero de la mañana, o, mejor dicho, la repetición. Mi teléfono marcaba el mediodía del sábado. Y de un salto me levanté. Tenía solo una hora para alistarme e ir a la primera capacitación de mi trabajo.

—¿Ya viste las noticias, Sophie? —me preguntó Amber al verme correr al sanitario. Ella me siguió, quedándose en la puerta.

—¿Sobre el chico que fue apuñalado en el corazón? —respondí con otra pregunta mientras me cepillaba los dientes.

—Sí, ¿Cómo sabes? Apenas ese rato se dio a conocer los hechos.

—Ayer yo pasé en la escena del crimen de vuelta al dormitorio y me enteré de primera mano lo que ocurrió—escupí el dentífrico y salí a encararla—y era obvio que se haría viral el suceso.

Amber dejó de morder su dedo pulgar para mirarme con fijeza. Sus ojos azules me intimidaron por un segundo y más su enorme cabellera rizada y rubia que estaba alborotada.

—Dicen que era de nuestra facultad—me informó con tono preocupado.

—¿Qué? —parpadeé. Tenía que ser una broma.

Ephemeral Darkness ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora