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•La perspectiva vuelve a manos de Sophie Beaumont•

Horrorizada, emití un grito con desesperación, captando la atención del resto de vecinos, quienes, al parecer, no tenían idea de que había ocurrido un terremoto y no podía ser posible, ya que el movimiento de las placas tectónicas fue tan colosal que se tragaron a Blackburn y a Jake frente a mí.

—¡Se abrió el suelo bajo mis pies y se los tragó! —insistí por quinta vez, hecha un mar de lágrimas y nerviosismo.

Mis padres y los de Jake se acercaron a verificar la grieta y estuvieron de acuerdo con que algo extraño había sucedido.

—Debemos dar aviso a las autoridades—dijo la madre de Jake con extrema tranquilidad, pero a juzgar por el tic nervioso en uno de sus ojos, deduje que estaba obligándose a guardar la calma y no entrar en shock, puesto que, dentro de ella, había un caos.

Era inconcebible pensar que de verdad se los tragó sin miramientos aquel cráter en menos de un minuto. Cada que cerraba los ojos para mantenerme serena, miraba a Blackburn sumergirse en la oscuridad con su mano en dirección a mí, gritando mi nombre. Cuando la policía llegó al cabo de un par de horas, me interrogaron tres oficiales, a los cuales les relaté los hechos varias veces y fui sometida ridículamente al alcoholímetro para descartar posible embriaguez en mi organismo y de no ser por la intervención de mis padres, me habrían llevado a hacer exámenes de sangre para sustancias más fuertes.

—Ella estaba con sus amigos—protestó mi madre—y estoy segura de que mi hija dice la verdad.

Quise agradecerle a mi mamá, pero el tono de su voz era tan desesperado, que simplemente quería salvarme el trasero y no ser detenida como la principal sospechosa de la desaparición de Blackburn y Jake.

—Sophie no lastimaría ni a una hormiga—espetó mi padre y eso era cierto—somos testigos de que mi hija estaba con esos muchachos a unos metros de nosotros y no ejecutó conductas raras o sospechosas en contra de ellos. Eran amigos, por Dios.

—¿Y cómo explica la desaparición de ambos jóvenes? —inquirió uno de los oficiales con el semblante duro e inflexible. Masticaba bruscamente chicle con la boca abierta, causando que mi padre apretara los puños, encolerizado.

—Eso lo tienen que descubrir ustedes, para eso son policías, especializados en esto, ¿no? —siseó mi progenitor con una sonrisa cínica.

Mientras tanto, yo permanecí mirando a la nada, pensando en la posibilidad de haberlo imaginado todo y Blackburn y Jake se hallaban en alguna parte, riéndose de mí. Mi corazón estaba dolido porque por fin había encontrado a alguien que me complementaba y entendía, pero la felicidad de ese momento se esfumó cuando él desapareció ante mis ojos; dejándome sola y sin ninguna explicación. El amor no era perfecto, pero era lo más cercano a la perfección que podemos encontrar en esta vida y Blackburn Varkáris era la prueba de ello.

Durante tres largos días, las autoridades prohibieron el acceso al viejo cementerio y llegaron personas especializadas a investigar la tragedia. Yo observaba detenidamente todo desde el alféizar de mi ventana y me estremecía cada que cambiaban de turno porque ninguno podía explicar con exactitud la razón del desastre. En ese tiempo, me negué a probar bocado. Mi estómago se había vuelto de piedra y mis lágrimas huéspedes de mi cama cada noche ante la ausencia del primer chico en mi vida al que había comenzado a amar y que, de un segundo a otro, lo perdí sin poder evitarlo.

Mi madre trataba de alimentarme, pero lo único que quería era abrazar a Blackburn y saber que estaba bien. Dormía con margaritas de colores, el anillo y su extraño collar con su amuleto de piedra que me entregó antes de desaparecer, teniendo la esperanza de que, en algún momento, él aparecería por el acceso secreto que colindaba mi habitación con la de mi hermano y se acostaría a abrazarme en la cama para dormir, como cada noche. Y escuchaba la canción Can I Call You Tonight? de Dayglow en bucle para sentirme más miserable.

Ephemeral Darkness ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora