PERFECTA - 1: HOW BE LOVED FEELS

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Talaí era intimidante y no solo porque midiera cerca de un metro ochenta, pues todos los jóvenes de Dacia eran más altos que ella y tampoco era porque estaba cerca de cumplir los veintiún años. Mucho más cerca de la edad de su mamá que la de ella.

No.

Lo que la asustaba era su mirada, fría y analítica, como mirar el fondo de dos pozos helados que la paralizaban cada que él iba de visita o se encontraba con él en el pueblo. Además, había visto lo mucho que le gustaba el Alek, todas las veces que lo había visto celebrar algo, era con una botella en mano y cada una de esas ocasiones había terminado en una pelea.

Eso, a decir verdad, tampoco era inusual. Muchos chicos de su edad lo hacían y como decían las mujeres de la tribu, al menos sus hijos no habían llegado al uso del incienso de los Guerreros. Una droga que daba mucho más miedo, pero que, gracias a los Viejos Padres, solo podían usar los hombres. Más específicamente, los de mayor rango en el pueblo.

Desde que comenzara el cortejo, lo único que consolaba a Idylla era que el líder, el padre de Talaí, parecía no querer que su hijo tuviera algo que ver con esos gustos, aunque eso no parecía agradar en absoluto a su prometido.

Idy aún recordaba la cena de cortejo de la semana anterior, donde ambos hombres habían terminado por pelear en la mesa de su casa, esa que nunca estaba llena de comida como esa noche y que jamás se había sentido tan ajena, con tantos gritos y tan pocos amuletos después del anochecer.

Recordaba claramente el miedo que le había paralizado el cuerpo, cuando ni siquiera sus padres pudieron hacer que se detuvieran y, sobre todo, recordaba las ocasionales miradas de Talaí en su dirección como si esperara algo de ella, algo que no entendía, pero, que su aterrorizada expresión pareció hacer bien, pues cerca del final de esa discusión, su prometido le había sonreído.

Una sonrisa que pensaba, aparecería en sus sueños hasta que su primer hijo heredara el puesto de líder del pueblo. Si es que eso llegaba a pasar, murmuraba su mente cada vez, haciéndola temblar.

—Mamá, ¿es normal estar asustada de... casarme? —murmuró una tarde, mientras ambas trabajan en un hermoso vestido para la cena que celebraría los seis meses tras el inicio de su cortejo.

—¿Miedo de qué forma? —quiso saber Jun, mirándola con una chispa de curiosidad en sus ojos, perfecto reflejo de los de Idylla.

—No lo sé, de todo —dijo en voz baja, no atreviéndose a aclarar que el miedo era hacía Talaí, temiendo un regaño.

—Por supuesto que sí. Yo era mayor que tú cuando la familia de tu padre comenzó a cortejarme y estaba aterrorizada —sonrió—. Sobre todo, porque estaba sola. Sabes... sabes que tu abuela murió muy joven —recordó, un tema que a día de hoy rara vez se tocaba en casa, aunque Idylla no entendía muy bien por qué. Solo sabía que hacía a su mamá ponerse muy triste y ella odiaba que sus padres estuvieran tristes, sobre todo gracias a ella.

Idylla asintió, tomando la mano de su madre, quien le sonrió, agradecida por el gesto.

—Pero yo voy a estar contigo en cada paso, hija. No dejaré que nada malo te pase —prometió—. Me aseguraré de que seas la novia más bonita del pueblo y te enseñaré todo lo que necesites para que seas la esposa más envidiada de Dacia —añadió, comenzando a hacerle cosquillas y haciéndola reír, de tal forma que la niña no pudiera ver la expresión de preocupación en el rostro de su madre, algo que Jun esperaba, Idylla jamás tuviera que comprender.

*

El siguiente año se escurrió entre sus dedos como la arena de los cuentos del sur que su madre le contaba cuando era todavía más pequeña. Desde el inicio del cortejo, a sus usuales lecciones se habían sumado más y más. Aprendía costura, limpieza, bordado, confección de ropa, cocina, modales, cuidado de los niños... tantas cosas que para cuando llegaba el momento de compartir la mesa con su padre mientras él hacía amuletos, a pesar de ser lo que más había anhelado hacer en el día, comenzaban a cerrársele los ojos.

HIJOS DE DACIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora