Idylla sabía pese a su corta edad, que lo que había escuchado era grave. Peor de lo que se imaginaba esas noches en las que, antes del acuerdo matrimonial, su papá iba por ella para pasar la noche viendo las estrellas fuera de la tienda y aseguraba que mamá no podía acompañarlos, luciendo tan triste que Idy jamás se atrevía a preguntar por qué.
No fue raro para ella entonces, que ese día hubiese sido el último que compartiera lecciones con Lawan, quien no volvió a dirigirle la palabra o a jugar por el pueblo, pasando los últimos meses antes de su boda, encerrada en su casa. Tampoco fue raro para nadie que los líderes decidieran adelantar la boda, al punto de ahorrarle a Idy la necesidad de ser la primera de su edad en casarse, al menos por una semana de diferencia.
Sin embargo, lo que sí le resultó imposible desde entonces, fue ver a su prometido a los ojos y contarle a sus papás lo que había oído por accidente. En cambio, dedicó cada día antes del inicio de las fiestas a aprender todo lo que pudo de cualquier cosa. Pues tenía la esperanza de que, si era una buena esposa, una que prestara atención a todos sus deberes e hiciera todo lo que Talaí pidiera, no tendría que vivir asustada toda su vida. No tendría que vivir arrepentida.
El tiempo de todos modos no pareció suficiente y antes de lo esperado, sus lecciones habían terminado para que su familia pudiera concentrarse en preparar todo para la boda y las celebraciones previas a la misma: hacer su vestido, preparar los accesorios de su cabello, empacar las cosas que llevaría a su nuevo hogar y, sobre todo, comenzar la elaboración del lazo matrimonial y la nueva tienda que compartiría la pareja.
La boda de Lawan fue hermosa según dijeron todos, sin embargo, para Idylla solo fue... triste.
Pudo ver a su amiga una vez más, pero no se parecía en nada a la niña con la que había jugado y no era solo por el elaborado vestido azul y plateado que llevaba, mucho menos por el ajeno y caro maquillaje sobre su rostro o la decena de accesorios en su cabello. No. Lo que hacía que Idylla pensara que su amiga se había ido para siempre, era la expresión apagada y vacía en sus ojos azules, contraria a las miradas llenas de vida que siempre había tenido para ella antes.
Ninguna intercambió siquiera una mirada durante la fiesta, misma que tomó todo el día al punto que, entrada la noche, su familia tuvo que retirarse para seguir con los arreglos de la nueva tienda, pues de no hacerlo, no podrían tenerla lista a tiempo.
Para Idylla eso fue un alivio, por lo que no dudó en ir detrás de sus padres para ayudarlos en cualquier cosa que pudiera distraerla de pensar en Lawan, encargándose entonces de llevar sus cosas a la nueva tienda pues por fin, luego de tanto trabajo, su papá anunció esa noche que estaba lista.
Idy echó a correr a la tienda, llevando una mochila llena de sus cosas favoritas antes de que sus padres pudieran detenerla, consiguiendo apenas que ella prometiera no tardar, pero la verdad es que, después del horrible día en la fiesta de Lawan, ella estaba emocionada de conocer la casa que sus padres habían hecho para ella, el lugar en el que esperaban que viviera toda su vida.
Apenas entró, sus ojos cafés se perdieron en cada detalle, queriendo absorber los colores, patrones y muebles que ya había en el interior, cosas que llenaron su corazón de amor por sus padres, quienes habían puesto en cada centímetro de la casa, algo que pudiera gustarle.
Vio el trabajo de costura de su madre en los elaborados patrones de la tela en las paredes, el amor de su padre por los amuletos en las cortinas de coloridas cuentas de cristal que dividían todas las habitaciones de la tienda y vio a ambos en el tallado y barnizado de cada uno de los muebles que habían hecho para ella. Incluso, vio el amor de las mujeres de su pueblo en todos los cojines y mantas que habían dejado doblados como un regalo adelantado de bodas.
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HIJOS DE DACIA
FantasyCompendio de cuentos canónicos de personajes originarios de Dacia, el reino de los viejos padres al noreste de Ziggdrall y que a día de hoy, era un misterio