PERFECTA 5: THE OTHER KINGDOM

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Ziggdrall era un mundo totalmente diferente a Dacia.

Y no era solo porque para Idylla el hecho de estar en compañía de otras personas, poder comer tres veces al día y tener un techo sobre su cabeza fuera algo ya demasiado lejano como para poder acostumbrarse, pues seguía despertando cada noche bañada en sudor, segura de que, al abrir los ojos, estaría una vez más cubierta en tierra, acurrucada en el fondo oscuro de una cueva o peor aún, que terminaría por despertar en una celda en Dacia, de regreso en el norte para ser torturada por sus crímenes y su apresurada huida.

No, no era solo eso, sino que, pese a la guerra y a todas las precauciones y temores de las personas que la habían recibido y guiado para conseguir algo de ayuda en lo que llamaron un refugio cercano, la gente de ese reino siempre parecía dispuesta a ayudar, sobre todo al tratarse de una niña.

Idy no recordaba si alguna vez alguien había sido tan amable con ella solo por el hecho de hacer una pregunta o necesitar algo, mucho menos en las condiciones actuales donde su lengua se sentía demasiado torpe para poder darse a entender con claridad tras los primeros tres intentos.

Aquello la hacía sentir inútil y tonta, pero sabía que había muy poco que pudiera hacer para cambiar aquello. En ese sitio el dinero era algo importante para conseguir cualquier cosa y al no tenerlo y considerarse demasiado pequeña para trabajar, se tenía que conformar con pasar sus días en el refugio con más personas que parecían haberla pasado tan mal como ella como para animarse a iniciar una conversación con la extranjera que apenas podía hablar.

Cada día se le escurría con agonizante lentitud. No había más que hacer cuando la hora de la comida y del baño acababa, más que rumiar sus pensamientos, mismos que odiaba y que tomaba en pequeñas dosis, tratando de comprender exactamente el motivo por el que los Viejos Padres habían considerado que su vida debía ser de esa forma.

Quería llorar, pero las lágrimas no le nacían. Quería pensar en sus padres, pero no lograba encontrar ningún recuerdo alegre que pudiera repetir en su cabeza. Era como si aquel viaje hubiese tomado lo que hasta entonces creía que era su vida y lo hubiese licuado por completo hasta volverlo una pasta incómoda de mirar e imposible de comprender.

Había una parte de ella que deseaba comprender, sumergirse en esa plasta irreconocible hasta acomodarla y ponerla en orden, pero había otra parte, quizás la que la había ayudado a sobrevivir, que le decía que aquello era una pésima idea, algo que en verdad no quería hacer y, cuando decidida a empezar, se topaba con recuerdos terribles como el sabor de la carne cruda y llena de larvas sobre su lengua, terminaba por arrepentirse y conformarse con seguir mirando a la nada.

Mirar a la nada entonces se convirtió en su pasatiempo preferido. Oía demasiadas cosas sobre una guerra que le parecía ajena, sobre la escasez y sobre decenas de cosas que no dejaban de ocurrir, pero también era como si no pudiera procesarlas, al menos hasta que una de las noticias fue que ninguna de las personas ahí, incluida ella, podían quedarse más tiempo.

Eso despertó sus instintos de supervivencia y una vez más se encontró en la calle, en un sitio desconocido, incapaz de expresarse o conseguir ayuda, cuando era obvio que todas las personas que estaban allí, también la necesitaban.

Quedarse ya no era una opción y permitió que sus pasos la alejaran del este, viajando al oeste en busca de un lugar nuevo, donde una vez más pudiera recuperar la inestable tranquilidad que ahora le parecía necesaria, pues su mente estaba aterrada de que una vez sin un techo bajo su cabeza, una vez más terminara desperdiciando sus días y su vida entre cuevas y animales salvajes.

El tiempo, sin embargo, había sido amable para ella, aunque para el resto no había sido más que inclemente, pues su cuerpo delgado y frágil había mejorado en esos meses con comida constante y ahora, dejaba de lucir como la pequeña niña de trece años que era, siendo algo más alta que la gente de su edad que encontraba en ese lugar extranjero y pronto, encontró un sitio en el que le permitieron quedarse a cambio de que se encargara de todas las labores del hogar.

HIJOS DE DACIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora