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—¡Aquí, Arthur! Aquí, hijo, ya lo tenemos—

Al otro lado de la cima de la colina, se encontraban contra el cielo estrellado dos siluetas altas.

—¡Amos! —dijo sonriendo el señor Weasley mientras se dirigía a zancadas hacia el hombre que había gritado. 

El señor Weasley le dio la mano a un mago de rostro rubicundo y barba escasa de color castaño, que sostenía una bota vieja y enmohecida.

—Éste es Amos Diggory —anunció el señor Weasley—Trabaja para el Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas. Y creo que ya conocéis a su hijo Cedric—

Cedric Diggory, un chico muy guapo de unos diecisiete años, era capitán y buscador del equipo de quidditch de Hufflepuff.

—Hola —saludó Cedric, mirándolos a todos, pero deteniendo su mirada más tiempo en Harry.

Todos le devolvieron el saludo, salvo Fred y George, que se limitaron a hacer un gesto de cabeza, digamos que a los gemelos no les agradaba porque sería.

—¿Ha sido muy larga la caminata, Arthur? —preguntó el padre de Cedric.

—No demasiado —respondió el señor Weasley—Vivimos justo al otro lado de ese pueblo. ¿Y vosotros?—

—Hemos tenido que levantarnos a las dos, ¿verdad, Ced? ¡Qué felicidad cuando tenga por fin el carné de aparición! Pero, bueno, no nos podemos quejar. No nos perderíamos los Mundiales de quidditch ni por un saco de galeones... qué es lo que nos han costado las entradas, más o menos. Aunque, en fin, no me ha salido tan caro como a otros...—

Amos Diggory echó una mirada bonachona a los hijos del señor Weasley, a Harry y Hermione.

—¿Son todos tuyos, Arthur?

—No, sólo los pelirrojos —aclaró el señor Weasley, señalando a sus hijos—Ésta es Hermione, amiga de Ron... y éste es Harry, otro amigo...—

—¡Por las barbas de Merlín! —exclamó Amos Diggory abriendo los ojos—.¿Harry? ¿Harry Potter?—

Harry se contuvo de voltear los ojos no queria parecer grosero

—Ehhh... sí —contestó Harry lo más amable que pudo

—Ced me ha hablado de ti, por supuesto —dijo Amos Diggory—Nos ha contado lo del partido contra tu equipo, el año pasado... Se lo dije, le dije: esto se lo contarás a tus nietos... Les contarás... ¡que venciste a Harry Potter!—

Harry se mordio la lengua para evitar salir un comentario venenoso.

Fred y George volvieron a fruncir el entrecejo. Cedric parecía incómodo.

—Harry se cayó de la escoba, papá —masculló—. Ya te dije que fue un accidente...—

—Sí, pero tú no te caíste, ¿a que no? —dijo Amos de manera cordial, dando a su hijo una palmada en la espalda—Siempre modesto, mi Ced, tan caballero como de costumbre... Pero ganó el mejor, y estoy seguro de que Harry diría lo mismo, ¿a que sí? Uno se cae de la escoba, el otro aguanta en ella... ¡No hay que ser un genio para saber quién es el mejor!—

—Claro porque fue cuestión de mala suerte que me cayera, el hecho de que los dementores me atacaron no tiene nada de relevancia en mi caida—Comento Harry sarcásticamente

Todos se quedaron callados, los gemelos tuvieron que apretar los labios para no reir, el señor Weasley fue el primero en hablar

—Ya debe de ser casi la hora —se apresuró a decir el señor Weasley, volviendo a sacar el reloj— ¿Sabes si esperamos a alguien más, Amos?—

Harry no prestó atención a la conversación de los dos adultos, solo posó su mirada en el Diggory menor que le ofreció una mirada de disculpa, Harry solo le ofreció una pequeña sonrisa para tranquilizarlo y después desvió la mirada, gracias a esto se perdio el sonrojo de Cedric.

—Queda un minuto. Será mejor que nos preparemos—

Miró a Harry y Hermione.

—No tenéis más que tocar el traslador. Nada más: con poner un dedo será suficiente.—

Con cierta dificultad, debido a las voluminosas mochilas que llevaban, los nueve se reunieron en torno a la bota vieja que agarraba Amos Diggory.

Todos permanecieron en pie, en un apretado círculo, mientras una brisa fría barría la cima de la colina. Nadie habló. Harry pensó de repente lo singular que le parecería aquella imagen a cualquier muggle que se presentará en aquel momento por allí: nueve personas, entre las cuales había dos hombres adultos, sujetando en la oscuridad aquella bota sucia, vieja y asquerosa.

—Tres... —masculló el señor Weasley, mirando al reloj—, dos... uno...—

Ocurrió inmediatamente: Harry sintió como si un gancho, justo debajo del ombligo, tirara de él hacia delante con una fuerza irresistible. Sus pies se habían despegado de la tierra; pudo notar a Ron y a Hermione, cada uno a un lado, porque sus hombros golpeaban contra los suyos. Iban todos a enorme velocidad en medio de un remolino de colores y de una ráfaga de viento que aullaba en sus oídos. Tenía el índice pegado a la bota, como por atracción magnética. Y entonces...

Tocó tierra con los pies. Ron se tambaleó contra él y lo hizo caer. El traslador golpeó con un ruido sordo en el suelo, cerca de su cabeza.

Harry levantó la vista. Cedric y los señores Weasley y Diggory permanecían de pie aunque el viento los zarandeaba. Todos los demás se habían caído al suelo.

—Desde la colina de Stoatshead a las cinco y siete —anunció una voz.

𝘛𝘩𝘦 𝘚𝘦𝘳𝘱𝘦𝘯𝘵 𝘪𝘯 𝘓𝘪𝘰𝘯'𝘴 𝘋𝘪𝘴𝘨𝘶𝘪𝘴𝘦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora