Episodio IV: Luz entre la oscuridad

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Nar Shaddaa - Borde exterior.

En el satelite natural de Nal Hutta, planeta natal de los galácticamente conocidos capos criminales de raza Hutt, la tripulación del Wayfarer avanzaba por los pasillos del palacio de uno de los últimos remanentes criminales, además de Los Mellizos, Grakkus el Hutt, un afamado señor del crimen con gusto peculiar por los objetos en relación a la orden jedi, gobernador de una de las ciudades más grandes de Nar Shaddaa, Ciudad Hutta, un paraíso criminal con una reputación de renombre, incluso para una luna cuyo apodo era: La luna de los criminales.

El palacio, a diferencia del resto de la ciudad, y quizás muchas más partes de la luna misma, era pulcro y bien cuidado, siendo lo único notorio para los cazarecompensas, además de los objetos y reliquias de colección de su empleador, el ver a múltiples barrenderos, tanto droides como orgánicos, encargándose de limpiar los plasmidos restos resecos de una especie de baba ámbar, mismos que se tornaban más y más notorios, y frescos, conforme se acercaban a los aposentos del Hutt. Ben entro con el objetivo de interés de esta misión envuelto con cuidado en una manta de la ceda más fina posible, petición del Hutt, en manos y con Omega y Purr a sus costados, siendo seguidos por BD un par de metros atrás.

—¡Ben Skywalker! ¡Muchacho!— clamó con orgullo su más reciente empleador, evocando al "asco" de Omega; su nombre era Grakkus el Hutt.

Los aposentos de Grakkus se mostraban rebosantes de todo tipo de tesoros y reliquias de temática jedi, desde réplicas idénticas de mantos de muchos de los maestros ahora de leyenda incluso en la academia de Aldhani, como lo eran Mace Windu o, en medidas más antiguas, Bastila Shan. Diagramas antiguos de las clase de sables usados por los jedi, réplicas casi idénticas de holocrones y, en una jaula de vidrio, el mismísimo esqueleto de un jedi muerto hace mucho, quizás de la orden 66 o predecesor a ella; finalmente el más llamativo para los cazarecompensas, uno de sus tesoros más preciados y recuerdo de sus días de gloria en la época imperial, era un collar que unía múltiples sables jedi, un día posados en su cuello como mostraba el holograma tras la repisa donde estos ahora descansaban; una imagen impensable para un Hutt era la que se veía, un cuerpo musculoso, firme y, en palabras de algunos, hasta glorioso especialmente para una especie que pecaba de una mórbida y asquerosa obesidad. Aquel recuerdo se había perdido hace ya muchos años, y ahora la imagen de Grakkus no era más que el típico Hutt, una gigantesca babosa de aspecto repulsivo y un atisbo de aspecto humanoide cuya musculatura se veía tragada por los años y, momentáneamente húmedos, pliegues de piel del Hutt.

—¿Se conocían?— pregunto un tanto extrañado Purr, mientras alejaba la mirada del Hutt y su lugar de "reposo"

De manera simbólica a la decadencia qué era la leyenda de Grakkus el Hutt, en el medio de aquella pulcra sala desbordante de tesoros jedi, se veía manchada por la enorme tina de líquido humectante de color ambar en el que el Hutt se veía sumergido hasta, lo que debería ser, su torso, teniendo únicamente fuera del líquido los brazos, cabeza y la punta de su cola, al menos en cuanto a partes suyas, pues las doce puntas metálicas en las que terminaban sus patas prosteticas, seis de cada lado de su corpulento ser, sobresalían de la tina y se movían en un repugnante símil a un humano moviendo los dedos de sus pies en el agua.

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