Prólogo - Violeta

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23 de agosto, 19:15h.

Enamorarse es una odisea para mí. Casi diría que es algo antinatural. Siempre he pensado que no me hicieron para eso. No, yo estoy hecha para el sexo, no para el amor. Desde que, a los 16, descubrí mi cuerpo y tuve un primer conato de orgasmo, aquel cosquilleo intenso y magnético se volvió mi droga. De una forma demasiado literal, tal vez. Mi entorno, católico y conservador, era tan prohibitivo que me resultaba casi un juego masturbarme a escondidas, desafiando a mis padres, profesores y curas.

Por eso, cuando mi padre me pilló con Alfonso, mi primer noviete, en cierta posición deshonrosa, me expulsó de casa. Por aquel entonces ya había cumplido la mayoría de edad, y estoy segura que eso le alivió la culpa de dejarme en la calle. Pero ahora imaginad a una chica confusa, sin una brújula moral, desarraigada, sola y con ansias de venganza. No es un cóctel que suela salir demasiado bien.

Sobreviví como pude, y me siento orgullosa de ello. No tuve que recurrir a nada de lo que me arrepienta. De hecho, mi mayor arrepentimiento es habérmelo creído. Comprar el discurso de mis padres y su hipocresía para convencerme de que yo no valía nada, que nadie me iba a amar porque no lo merecía. Algo que llevaba en mí, como una religión hasta ese día, en mitad de la nada, atrapada con un grupo extraño de desconocidos.

- ¿Tú fumas? – Hel me ofrecía un cigarro, sus pies se balanceaban, colgados del capó del coche.

- No, lo he dejado hace mucho. – respondí, absorta, hipnotizada por el fuego que se proyectaba ante nosotros, al final del túnel, distante, cálido y bailarín.

- Entiendo. – Él, por razones obvias, tampoco fumaba. – Ha debido ser difícil. – lo miré a esos ojos profundos sin vida. Mi gesto reclamaba una continuación a su frase. – Dejar dos adicciones. – dejé escapar una risita.

- El tabaco no fue tan difícil. Es asqueroso. – reconocí. – En cambio el sexo...

- Me genera mucha curiosidad. Pero no quiero preguntarte, sé que es algo complejo para ti.

- Sin problema. – ahora no solo lo miraba, había girado mi tronco en su dirección, cruzando las piernas sobre el coche en que nos sentábamos ambos. - ¿Qué quieres saber?

- Fausto no habla mucho sobre el sexo. Dice que es algo solo para humanos. Que cuánto menos sepa, mejor. – se encogió de hombros. – Pero está en mi programación ser curioso. – sonreí, a pesar de que ese comentario me había hecho recordar que me estaba enamorando de un robot. Y eso dolía. Me hacía sentir un poco estúpida también. – Bueno... ¿por qué es tan bueno?

- ¡Guau! – nos reímos por un instante, nerviosos. O al menos yo. – No esperaba una pregunta tan amplia. Ni siquiera sé cómo responder.

- Seguro que sí.

Y Hel llevaba razón. Apenas tuve que pensarlo unos pocos segundos. Tenía una respuesta.

- Porque es peligroso. – abrió los ojos de sorpresa. – El ser humano es... raro, ya lo sabes. Pero a todos nos afecta una enfermedad inevitable: sabemos que estamos vivos. Y el sexo es al mismo tiempo una celebración de eso.

- De hecho, sin sexo no hay vida.

- Exacto. – reflexioné por un instante sobre mis próximas palabras. – Pero también es un recordatorio de que todo pasa, de que somos efímeros y por eso bellos. Es una fiesta dolorosa. Lo mejor del mundo y lo que menos sentido tiene. Es la unión perfecta entre la vida y la muerte, por eso es tan bueno.

- De hecho, los franceses llaman al orgasmo le petit morte. – volvimos a liberar una risita cómplice.

La química que tenía con aquel ser sin corazón era 10 veces mayor que la que había experimentado con cualquier otra persona. Necesitaba besarlo, acariciarlo, llevármelo a la cama y pasar la noche con él, para despertar acurrucada a su lado, satisfecha y limpia.

- ¿Cuánto tiempo llevas...?

- ¿Desintoxicada? – Hel asintió, tímido. Me toqué la plaquita que brillaba en mi pecho. – 8 meses.

- Enhorabuena.

Mi forma de darle las gracias fue otra sonrisa, marcando dos hoyuelos en mi cara de niña. Llevábamos un par de horas hablando y yo no podía evitar querer gustarle. Tal vez ni fuera posible. ¿Puede un robot sentir pasión? ¿Deseo? ¿Celos? ¿Amor? Nunca había experimentado aquel torbellino en el pecho, y no estaba segura de que me gustase la sensación. Cuántas veces me había reído de todos los que me decían: 'sabrás lo que es el amor al momento de sentirlo'. Para descubrir, a final de cuentas, que siempre llevaron razón.

- Creo que deberíamos volver con los otros. – anotó Hel.
Estábamos en mitad de un túnel, atrapados por culpa de un incendio y rodeados de desconocidos.

Cinco coches:

1. El mío, pequeño y bien cuidado, violeta, como yo. Pagado con el esfuerzo de 6 años de camarera.

2. El de Fausto y Hel, una furgoneta con vinilos azules dónde se leía: Reparaciones Fausto, y, debajo, un lema tan ridículo como pegadizo: Si de los problemas está harto, llame a Reparaciones Fausto.

3. Un todoterreno de lujo, la última novedad del mercado, imponente. En gris metálico. De él se había bajado un anciano musculado con la gorra calada hasta las cejas, no se le veía la cara, pero su voz me traía vibraciones extrañas, como si la hubiera escuchado en algún sitio antes.

4. Otra furgoneta, esta más destartalada que la de Fausto, marrón. Dentro había una pareja de mediana edad, quizás un poco más mayores que yo. Sólo se dedicaban a decir tacos, y claramente eran los que más rápidamente habían perdido los nervios con la situación.

5. Y el último era un coche familiar, en verde pistacho. Con restos de dulce y migajas en el suelo, tres ambientadores y el aire acondicionado estropeado. Otro matrimonio, aunque estos con un bebé super mono y un perro réplica, que, al parecer, se estaba quedando sin batería.

6. Puesto extra para el coche de policía que, aún no estando a nuestro lado, se colocaba en una de las salidas del túnel, para vigilar que a nadie se lo ocurriera hacer la guerra por su cuenta. Lo ocupaban dos agentes, mujeres, que ya habían tenido un encontronazo con la actitud fascistoide del viejo de gorra.

- Podemos quedarnos un rato más. – no me apetecía nada volver a mezclarme con esos. – Total, no podemos ir a ningún sitio.

- Sí, eso es cierto. – repuso. – Vale, otra pregunta ¿cuál es tu objetivo?

- ¿Qué preguntas son esas Hel?

- Quiero decir... tu objetivo final en la vida. ¿Cuál es?

- No lo sé, morirme vieja y feliz, supongo. ¿No es lo que quiere todo el mundo?

- No. – fue conciso y tajante, no dejo espacio para la duda. – Hay gente que no quiere eso.

- Bueno, creo que ni yo misma. – reconocí. – Mi objetivo final creo que es estar bien. Y, bueno, encontrar a quien amar y que me ame como merezco.

La sinceridad de la respuesta me tomó por sorpresa a mi misma, y tuve que morderme el labio para aguantar las ganas de llorar.

- Es hermoso. – apenas aguanté su mirada. ¿Cómo una máquina podía expresar tanta ternura? – Ojalá algún día encuentres a esa persona.

Me pregunté toda mi vida qué fue lo que realmente sucedió en ese túnel. Quizás el cómo me enamoré de Hel es lo que tiene una respuesta más sencilla. Era la primera vez que 'un hombre' se interesaba en mí sin segundas intenciones, con una curiosidad real y una charla amigable. Eso pareció amor, y me perdí en mis expectativas.

Lo que hizo que todo explotara, aunque yo entonces no lo sabía, era ver al viejo fortachón quejándose por todo y viniendo en nuestra dirección.

- ¿Vosotros le habéis visto la placa a esas amables señoritas? - se refería a las policías. Al parecer necesitaba verle la placa, no le bastaba con el uniforme, los coches de policía... - Algo me dice que no son lo que dicen ser.

- Una de ellas es Leticia Gomara Torra, cuyo número de placa es el 137637. - obviamente, Hel tenía memoria fotográfica. Literalmente. - Su compañera se llama Jimena López Urquía. Número de placa 322831. ¿Necesita alguna otra información?

Que cortase al machista asqueroso, y aún dejándole con la palabra en la boca, solo provocó que Hel me gustase más. Y entonces me giré, para verle la cara de sorpresa y decepción. La ví, y quise vomitar.

- Ya, bueno. - volvió a calarse la gorra, él no me había reconocido. - Andaos con cuidado. Estas son prácticas que atentan a la libertad individual de todos nosotros...

Se marchó, soltando un discurso absurdo sobre la valentía del ser humano. Hel percibió en seguida que me pasaba algo.

- ¿Estas bien, Violeta?

- Sí. - mentí, acababa de volver a ver el rostro del señor que me había violado hacía cuatro años.

No lo había vuelto a ver desde entonces. No denuncié porque era demasiado jóven e ingenua, y también porque me daba un miedo atroz lo que pudiera pasarme si me enfrentaba judicialmente a un hombre de cierto poder. Y ahora estaba allí, bloqueada con él y un grupo de desconocidos por Dios sabe cuántas horas.

Sí, definitivamente, ese instante fue lo que provocó que de aquel túnel cuatro de las nueve personas que entraron no salieran con vida.

FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora