Coronel Fresneda

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23 de agosto, 20:01h.

No nací para seguir. Desde que pude mantenerme en pie y sostener herramientas en la mano, supe que Dios me había traído al mundo para liderar.

- La puñetera lata me ha vuelto a faltar al respeto, amigo. – qué podía esperar de un hippie sin lavar, ni siquiera ponía bozal a su robot. - ¿Amigo?

- Uy, perdone. – el flacucho se sacó un auricular que tenía oculto en el oído, a saber los gérmenes que había creado en ese pedazo de plástico. - ¿Qué pasa?

- Su HEL es un maleducado y me están entrando ganas de ponerlo en modo reposo, ¿me entiende?

- No será necesario, solo déjelo tranquilo.

- Escúchame, hijo mío. – puse el brazo sobre el cristal de su furgoneta, evitando que lo subiera y que volviera a aislarse, sin responder a mis pedidos. – Vas a poner a ese pedazo de hierro a descansar y me vais a empezar a escuchar en este hoyo de mierda.

- ¿Ah, sí?

- Como lo oyes.

En la sonrisa del tipo había un deje de superioridad. En otro contexto le habría desmontado la dentadura allí mismo, pero si quería poner orden en la comuna que se había creado, necesitaba que me siguieran sin usar la violencia.

- ¿Y eso por qué? – se atrevió a responder.

- Porque estás hablando con un Coronel experimentado en el ejército de tierra, capacitado para la coordinación y ejecución de planes de contingencia. – le expliqué al pulgoso. – Soy la mejor opción que tenéis si queréis salir vivos de aquí. Las... mozas, que nos dijeron que estaríamos aquí solo tres horas, nos han mentido. Llevamos cuatro. Y sin pronóstico de que esto acabe.

- ¿Piensa que las mozas no quieren que salgamos vivos?

- Son tus palabras, no las mías.

El tipo juntó los labios con fuerza. También sus cejas. Podía escuchar su cerebro funcionar desde mi distancia, sus raquíticas neuronas uniendo todos los puntos y llegando a la única conclusión lógica.

- ¿Qué ha pasado entre nosotros?

- ¿Perdón?

- ¿Qué le he hecho? – insistió, yo no entendía nada. – Cuando empezamos a charlar, hace un siglo, me trataba de usted. Ahora me llama 'hijo' y se atreve a amenazarme. ¿Ha sido algo que he hecho?

- Ya entiendo... - le palmeé el brazo conteniendo la rabia. – No te preocupes, ya vendrás a pedir ayuda.

- Espero ansioso ese momento. – volvió a meterse el sucio auricular en la oreja. – Ahora, Coronel, si me disculpa...

La ventana se cerró con un chasquido sordo y yo me estaba quedando sin aliados. Saqué la libreta con el escudo del ejército de tierra, manchada y maltrecha tras años de fiel uso. La abrí y taché con mi pluma:

- El fontanero

- El robot

- La gótica

- La pareja normal

- La pareja hedionda

Aún podía estar en mayoría. Me dirigí entonces a la pareja normal, que era quizás mi apuesta más segura en ese momento.

FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora