Compartir el pan

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A veces pienso que no nací para vivir en sociedad. Porque, convengamos, el ser humano puede ser de muchas formas: visceral, introvertido, inteligente, culto, malhablado o cruel. O todas a la vez. Pero las sociedades son todas iguales. Una pirámide grabada en roca sobre quién manda sobre quién. Tras eso, se distribuyen los roles para que no puedas escapar. A los que esta situación nos provoca arcadas nos dejan muy pocas opciones: aislarse en una isla virgen con la idea de sobrevivir a base de cocos, o, por otro lado, aceptar de la forma más sumisa posible que nunca cambiaremos nuestro sino.

No soy avaricioso, ni traicionero, no me importa ascender y conseguir riquezas. Solo quiero estar en paz, haciendo lo que me sienta bien. Quizás justo por eso no soporto que me den órdenes, es decir, que no soporto vivir en sociedad. Aunque lo tolere. En un estilo similar estaba tolerando comer junto al mariscal de turno.

- Pues tenían bastantes reservas. – el tipo con el bebé, José creo que se llamaba, untaba una lata de paté en media barra de pan. – No nos moriremos de hambre. Todavía.

El intento de humor en una situación así... pues no caía muy bien. El militar nos había amenazado a todos, apuntando el arma a nuestras cabezas, y aunque por suerte se despistó con el vómito de Violeta, podría haber acabado en drama.

- Quiero pediros perdón de nuevo. – la versión humilde del coronel Fresneda incluía una mirada baja, los labios muy juntos y un ceño fruncido. – No ha sido este el procedimiento adecuado ante la situación presente. – ah, claro, esta versión también incluía un vocabulario aún más rococó. Supongo que para demostrar que, ahora sí, era un ser humano funcional.

- Tengo que pedirles, por favor, que se comporten mientras vamos a buscar señal.

Las policías se mantenían en pie, mientras el resto, sentados, apurábamos las sobras de los alimentos que habían repartido. Me sentía un alumno de cinco años mirando hacia arriba, a profesoras de un rango tan elevado que me harían llamarlas 'mamá' en un recuerdo atávico de la sensación de seguridad que sentía al flotar en el líquido amniótico.

- Si cada una de nosotras marcha por un lugar diferente, tendremos más posibilidades. – aseguró la otra agente. – No nos obliguen a volver de nuevo, queremos que todos salgan vivos de aquí.

- No se preocupen. – hablé tras deglutir un arenque. – Sin armas de fuego nadie más se hará el valiente.

- Eso espero. – una de ellas se giró para abrir la boca, pero debió arrepentirse al instante, porque no salió ningún sonido, solo un suspiro ahogado.

Se fueron y el aire empezó a pesar el doble. La tensión por culpa del viejo era elástica. Entiéndase esto como que, si se rompiese, con certeza iría a originar un latigazo violento. Alguien saldría herido de aquel túnel. O peor.

- ¿Nadie se sabe un cuento? – me aborrecí a mí mismo con esa pregunta, pero sin saber por qué, insistí. – Una historieta o algo así.

- Tenemos hasta un niño, mira, podemos contarle un cuento para dormir. – apuntó Violeta.

- Bueno, los niños de Laura adoran sus fábulas. – Javier señaló a su pareja, y aclaró. – Es profesora de primaria.

La madre de la criatura se aclaró la garganta, cuando nos viramos en su dirección, sus mejillas se enrojecieron.

- Encerrona. – musitó hacia Javier, y aunque todos nos tensamos, la pareja se sonrió y ella le pasó el bebé. – La verdad es que sería un orgullo, pero, por favor, no me tomen muy en serio.

- Cómo si pudieras empeorar el espectáculo previo. – era el tipo de la furgoneta vieja. - ¿O no?

Todos nos miramos, hartos de volver al punto del agarrotamiento muscular. Pero entonces sucedió algo mágico. La garganta del coronel se desempolvó, emitiendo sonidos harto olvidados, que retumbaron por el túnel con una sonoridad impropia de un ser como él. Se estaba riendo. Uno a uno, los tendones, nervios y ligamentos se relajaron, y el mundo volvió a ser respirable. El tipo de la furgoneta y el coronel se lanzaron una mirada cómplice, casi tierna. Todo estaba olvidado. Laura empezaba su historia.

FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora