Violeta IV

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23 de agosto, 22:43h

La última bala. La pistola del coronel había gastado cinco antes. Fausto la había disparado contra el asesino, pero el daño ya estaba hecho. La pareja de la furgoneta yacía muerta. Y Hel...
Me acerqué a su cuerpo. Fue extraño ver una maraña de chips a través del agujero en su frente, como desvelar una promesa que siempre fue mentira, o descubrir que Papá Noel no existe. La calidez de su piel empezaba a perderse.

- Hel... - susurré, llorando. – Soy yo, Violeta.

No hubo respuesta. La pareja con bebé salió de su coche, asustada, a lo lejos se oían las alas del helicóptero, marchándose de una vez por todas.

- Quiero agradecerte por todo lo que has hecho por mí. – lo balanceaba en mi pecho, como si fuese un niño. – Has sido... ¿Puedes oírme?

De nuevo el silencio, un chisporroteo interno y la luz apagándose en sus ojos. La piel estaba fría. Lo posé en el suelo.

- Hel... Ya puedes descansar.

A mi alrededor todo perdió importancia por unos instantes. Fausto me levantó, cariñoso, y la pareja también me ayudó a andar. Bebí algo de agua y me secaron el sudor y las lágrimas. Los cinco supervivientes estábamos allí, en el túnel, demasiado ocupados con el ahora para entender quiénes éramos siquiera. Súbitamente, el bebé señaló a mi espalda. La puerta de la furgoneta, abierta de par en par, mostraba algo que yo pensaba que no podía ser real.

- ¿Estáis viendo...? – el brillo era cegador, y la belleza incomparable.

- Así que el viejo llevaba razón, después de todo. – Javier abrazaba a Laura y al bebé, sin dejar de mirar al interior de la furgoneta.

Al fondo, unas luces azules y rojas comenzaron a iluminar el túnel. Nos miramos, desconocidos que habíamos pasado por demasiado.

- Tenemos poco tiempo. – dijo Fausto, incapaz de evitar una sonrisa pícara.

- Entre cuatro. – confirmo Laura, todos asentimos.

Dividimos el botín. Dos cuartos en el coche de la pareja. Un cuarto en el mío. El resto se fue con Fausto.
Las policías ya casi estaban a nuestra altura.

- Espera. – salí de mi coche, contraviniendo el plan. – Fausto.

- ¿Qué haces, niña?

- No va a funcionar. – repuse.

- Dile que se vuelva. – gritó Laura desde el tercer coche.

- Nos vas a joder a todos. – dijo Fausto entre dientes. Las agentes estaban a pocos metros. – Vuélvete al coche.

- Si decimos que Hel hizo todo esto, te van a cuestionar a ti. – su rostro mudó. – Tenemos que decir la verdad.

- Ya lo hemos hablado, ¿por qué el coronel se volvería loco de nuevo? – preguntó. – Él sabía lo que había en la furgoneta.

- Sí... - me mordí el labio. – Tenemos que confiar en ellas.

- ¡Que se vuelva! – ahora quien gritaba era Javier.

- Fausto, escúchame. – me envalentoné. – Si les decimos toda la verdad, quizás nos puedan ayudar.

- Son policías, Violeta.

Me detuve a mirarlo, yo quería confiar en ellas, pero Fausto, Javier y Laura llevaban razón. Supuse que, por una vez, había querido hacer lo correcto. Lo que hubiera hecho Hel. Me retiré a mi coche, justo en el instante en que las luces llegaban a nuestra posición.

- ¿Qué coño ha pasado aquí? – ambas bajaron de sus coches, asustadas y con las armas en la mano. – Mierda, el militar...

Como Fausto había adivinado, se acercaron a cada coche y nos ordenaron bajar, ponernos las esposas... Nos negamos, pero tuvimos que fingir horror.

- Ese robot aún está vivo, yo no salgo de aquí. – al decir esas palabras sentía el regusto de traición en los labios.

Comenzaron a toquetear el cuerpo sin vida de Hel, al inicio con miedo, después con más calma. Se dieron cuenta de que no había nada que temer.

- Este robot está perfectamente, les digo que tienen que salir de sus coches, ha habido un triple homicidio...

La parte casi final del plan se desenvolvió en ese momento. El inhibidor, inserido en la caja torácica de Hel, se controlaba por remoto. Fausto tenía el mando, y lo activó justo cuando más confiadas estaban las agentes, que, del susto, comenzaron a descargar tiros al androide.
En la confusión, los tres coches huimos.

- Nos perseguirán. – había argumentado Laura.

- Ni siquiera tienen por qué. – dije.-  Saben nuestras matrículas. Y nosotros tampoco tenemos que huir. No estamos escondiendo nada, ¿cierto?

- No te seguimos, Violeta. – Javier me miraba con los ojos desconfiados.

- Creo que capto a la niña. – sonrió Fausto. – Tenemos que convencerlas de que no hemos hecho nada malo, solo tenemos que deshacernos de lo que no queremos que encuentren.

A la pareja se le iluminó el rostro por unos instantes, para que se les volviera a ensombrecer en seguida.

- ¿Y dónde dejamos eso? – señalaban al maletero. – No pasa desapercibido.

- Es cuestión de cada uno. – volví a comentar. – Pero solo dónde nadie más lo sepa. Será el riesgo que debemos tomar.

- De forma que, cuando nos encuentren, podremos decir que salimos corriendo, asustados por el tiroteo, eso cubrirá nuestra huida. – Fausto asentía, eufórico. – ¡Es brillante!

- Es lo que se me ha ocurrido. – respondí, modesta. – Muchos años sobreviviendo.

- Y podrán registrarnos sin problema. – cerró Javier, satisfecho.

- Espera... - repuso Fausto. - ¿Y si están siguiendo a la pareja?

Eso reventaba todo mi plan. Si la policía sabía que la pareja tenía ese material, estábamos todos entre rejas.

- Tendremos que sacrificar algo. – propuso Laura. – Lo esconderemos en varios sitios, tendremos que esperar unos tres días. Vendrán a buscar a nuestras casas, pero no tendrán nada. Y, cuando todo se calme...

- Podremos venir a recoger nuestra parte. – completé.

- Lo que podamos.

Así lo hicieron. Uno a uno, pasamos por un interrogatorio donde contamos la verdad: que Hel y el militar se habían enzarzado en una lucha sangrienta sin motivo aparente. Registraron nuestras casas, encontraron restos del botín en el bosque, y cuando llegó el final de semana, el puente volvía a estar operativo y nosotros cuatro limpios de cualquier cargo. 

El lunes, a las seis de la mañana llegué con mi carro púrpura. El túnel no conservaba el olor, ni la sangre en el asfalto. Suspiré, con el corazón encogido. No pasaba un alma por allí. 

Me dirigí al punto en el que había dejado el mayor porcentaje de mi parte del tesoro. Todo intacto. Reprimí un grito de felicidad, lo coloqué en el maletero y arranqué. A través del retrovisor, vi al túnel alejarse, como una mala pesadilla que contenía muchas cosas buenas. Cuando giré la segunda curva, entonces sí, chillé de euforia al volante.

FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora