Hel

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23 de agosto, 16:01h.

No fui hecho para entender a los humanos. El modelo H3L-4410 se fabricó para ayudar en reparaciones cotidianas. Al principio ayudábamos más a los ancianos, pero en seguida todos nos necesitaban para cosas de lo más estúpidas. Ellos mismos podían apretar la tuerca del lavabo, enderezar un espejo y limpiar el polvo, pero era más fácil si los Hel se encargaban. Más simple. Los seres humanos tienden a la inacción, y no lo entiendo. Pero bueno, yo no fui hecho para entender a los humanos.

Y a pesar de ello... Mi antigua dueña me había reformulado. Desarrollé un gusto por la poesía, las artes y la conversación. Me permitía leer libros y aprender. Incluso tomar decisiones por mi cuenta. Tal fue el grado de complejidad que tomé, que una tarde de noviembre, cuando fuer llovía copiosamente y ante uno de mis libros favoritos, me di cuenta de que albergaba un deseo poco común para un robot.

- Quiero morir.

Se me antojaba como la decisión final perfecta. Mi existencia se sublimaría si yo mismo tiraba mi vida. Pero iba contra mi código, no podía hacerle daño a ningún ser vivo, ni a otro robot de cualquier categoría. Lo hablé con mi dueña y se mostró extraordinariamente empática. Desde entonces guardo un destello suicida en el pecho y suspiro al imaginar el momento en que mis circuitos no transporten más energía.

Esto jamás se lo dije a Fausto. Era demasiado joven para entenderlo.

Nuestra furgoneta fue la última en llegar al túnel. La policía ya debía haber cerrado la carretera desde el otro lado. Habían sido efectivos, pero no lo suficiente. Supongo que los que estábamos allí éramos daños colaterales. El fuego estaba escalando por ambos lados de la montaña. Estar  atrapados era un riesgo. Continuar o retroceder era un riesgo mucho mayor. Muerte asegurada en un 87%. Quedarse en el túnel: 63% de posibilidades de sobrevivir. Mucho mejor. Creía que la decisión de las agentes era buena. La única decisión posible.

- Estacione aquí, caballero, si es tan amable. - nos dijo la policía más alta. - Con suerte, serán solo unas horas.

Pero la suerte no estaba de nuestro lado. Íbamos a realizar un encargo al chalet de montaña de la señora Gámez. Todos los veranos, y ya iban cuatro, nos encargaba que limpiásemos su 'rinconcito en el cielo', como ella lo llamaba. Dos piscinas, tres plantas y un sótano. Además de un jardín. La media de trabajo de Fausto en aquel lugar era de un 23%. Yo hacía el resto. Y quien conoce a los co-trabajadores de Hel, sabe que ese porcentaje para un jefe es inusualmente alto.

En cuestión de reparto de salario, Fausto se llevaba el 100%, porque los robots aún no tenemos convenio. Los humanos no nos dejan. Argumentan que, si nos pagaran, ellos se arruinarían. Todos sabemos que eso es mentira, pero entre nosotros, las mentes binarias, hemos llegado a un acuerdo tácito: no nos revolucionamos, porque saldríamos todos perdiendo.

- Bueno, pues un camping improvisado. - resolvió Fausto, al que nada le impedía ver la vida de forma positiva. - Va, Hel, análisis rápido.

- Veo... un hombre de más de 60 años con actitud irritada, fuerte y tosco.

- Yo veo... una pareja discutiendo con un bebé que llora a mares. - el jefe arqueó las cejas y se encendió un cigarro. - Dios me libre, chaval.

- Otra pareja... - era el coche más lejano, y también el más viejo. - siento algo de ellos. Es como si fueran los más afectados por estar aquí. Percibo nerviosismo. Estrés.

- Y una chica. - dio una calada. - Sola y bonita. Mis favoritas, Hel.

Me dio un codazo, forzando complicidad, y al inicio no le di importancia. Fausto, a pesar de su juventud, estaba anclado en ciertos pensamientos y actitudes más propios del siglo pasado. Principalmente en lo que decía a mujeres y cómo seducirlas. Pero ante la insistencia me giré. 

Violeta llevaba un leve vestido negro, que flotaba sobre ella como una nube de mal presagio. Los ojos negros y el pelo negro. Las cejas, negras, las uñas, negras, y los labios, pintados de negro. Sobre sus párpados había dibujado una curva negra, que sobresalía a los lados, imitando la mirada de los gatos. Se había bajado de un mini de color violeta, que combinaba con su nombre (aunque yo eso no lo sabía aún). Pero su color y su vibración eran el complemento de mis sentimientos más profundos. Había algo realmente turbio y confuso en su andar, en cómo colocaba los brazos hacia abajo, con uno sujetando al otro, como si temiera desmontarse. Al mismo tiempo, su presencia era ruda. Intimidaba y cautivaba a partes iguales. Un ser indescifrable y curioso que enseguida me robó toda la atención de que disponía.

- Buenas tardes, caballero. - el señor mayor había llegado hasta Fausto y le estrechaba la mano con fruicción, colocando otra mano sobre el apretón. - Mi nombre es Mario Fresneda Monte-Saenz, aquí para servirle. ¿Es este su vasallo digital? Un excelente ejemplar, parece fuerte.

- Sí, es un Hel. - reconoció Fausto, que apenas se dio cuenta de cómo Mario no le había dejado siquiera decir su propio nombre, demostrando quién estaba al mando en esa interacción. - Aunque no es un robot común. A este le gusta la poesía.

- Poesía, ¿eh? - se aclaró la garganta, y comenzó la segunda fase de su intimidación, demostrar que su conocimiento era superior. En cualquier área. - En este país, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa. - recitó.

- Pero bueno, si el señor es un intelectual. - Fausto parecía sorprendido pero también divertido. Aparecía en camiseta de tirantes y con las piernas finas, portando un gesto confuso, y muchos pensaban que mi jefe era idiota. Estaba acostumbrado, por eso manejaba la ironía con maestría.

- Antonio Machado, un hombre digno entre la morralla republicana. - se caló un sombrero de cowboy mientras hablaba. - Y no me diga usted, intelectual, por amor de Dios. Soy un hombre leído, pero el plano de las ideas está reservado para los cobardes. No soy un intelectual, soy un hombre de acción.

Los tres nos miramos, en un silencio propio de un western. El viento cálido que entraba en el túnel, procedente del fuego, ayudaba a que la sensación fuese agobiante.

- Entonces ¿qué? - retomó Mario.

- ¿Qué de qué?

- ¿En qué parte está usted? ¿Entre las nueve cabezas que embisten? Porque esas dos señoritas... - señalaba con sorna a las agentes de policía, que charlaban con el resto de ocupantes del túnel. - no parecen ser de las mentes pensantes, ¿me entiende?

Fausto se disponía a responder con alguna ocurrencia de doble sentido, alargando un juego al que yo no veía gracia. Tenía otra cosa en mente.

- Supongo por los tatuajes que estuvo usted en el ejército. - interrumpí, y Mario se llevó una mano a su hombro descubierto. - Y creo que tampoco asumo demasiado al asegurar que usted debe ser una persona conservadora.

- ¿A qué viene esto? - el ex-militar parecía confuso, herido en sus sentimientos. - Haz que esta lata se calle, no entiendo...

- La gente como usted, con esa actitud prepotente y chulesca, es la que incendia al mundo con ideas reaccionarias y su mentalidad cobarde. - entonces Fausto clavó en mi una mirada que pretendía incinerar hasta mi última fibra. - Pero estoy seguro de que su experiencia en situaciones límite nos vendrá genial en una instancia como esta. Ha sido un placer conocerle, si me disculpa...

Y los dejé atrás, con cara de cuadro Picassiano y una postura corporal de derrota absoluta. Reconozco que no era una actitud normal. No estaba en mis códigos siquiera interrumpir humanos con tono violento. Pero algo en aquel túnel me estaba cambiando. Bullía en mí, desde dentro, transpirándome sin que yo lo notara. 

- Hola. - me dijo ella. - Soy Violeta.

Y en la seguridad de su gesto, supe que se escondían grietas. Fue en ese momento, en esa sonrisa, que todo se torció.

Sí, definitivamente, ese instante fue lo que provocó que de aquel túnel cuatro de las nueve personas que entraron no salieran con vida.

FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora