Violeta III

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23 de agosto, 22:13h

Trató de recordar todo lo que le habían enseñado sobre robots, réplicas e inteligencias artificiales. Se bloqueó, asustada por la culpa que sentía, tratando de evitar que se le erizara el vello. Infructuosamente. Violeta luchó para no dejarse llevar. Se repetía las tres reglas de la robótica, aunque no le parecía que Hel encajase perfectamente en ellas... con un suspiro se le olvidaba todo de nuevo, pero apretaba los párpados y volvía a disociarse. 'Es un amasijo de cables y tornillos', trataba de convencerse, 'esta conexión no es real, es solo otro desastre en tu lista interminable de obsesiones absurdas'. Pero no lo parecía. No parecía ni absurdo, ni robótico, y mucho menos irreal. Cada golpe de las caderas de Hel, distribuía una onda infinita de sensaciones por su cuerpo. Él la tenía frente así, vulnerable y frágil, en su completa propiedad, mientras le sujetaba la cabeza con una mano, levantándola del asiento de su coche con la otra. Era fuerte, masculino, pero nada violento. O al menos, no en el mal sentido.

- ¿Qué actualización fue esa que te hicieron? – acertó a decir entre jadeos.

Ambos se sonrieron, y el pensamiento intrusivo volvió a hacer acto de presencia. 'Las réplicas están creadas para servir a los humanos, jamás nos harán daño', era su profesora, tratando de quitarle hierro a la situación, proyectando su voz desde algún lugar del pasado recóndito. A diferencia de la ocasión anterior, Violeta apartó el incómodo, y trató de centrarse en lo que tenía frente a sí, un ser que la atraía de formas multidimensionales.

- ¿Todo bien? – preguntó él, disminuyendo el ritmo de sus movimientos. – Si quieres podemos...

- ¡No!

Él se contrajo, asustado por la reacción de Violeta, y ella sintió que las lágrimas le quemaban el rostro por dentro. Sus ojos se anegaron, Hel amagó con consolarla, pero ella lo detuvo.

- Hel... yo... - tragó saliva, imponiéndose a la tristeza. – Esto que me está pasando es extraño ¿entiendes? No sé si estoy enamorada de ti... - se le escapó una risita de incredulidad. – Mírame, creyendo enamorarme de una persona por tres horas de charla. Y ni siquiera eres... - se interrumpió, borracha de culpabilidad.

- ¿Una persona?

- No quise decir eso... - hubo silencio, ya nadie se movía. – Lo siento. Es solo que llevo tanto tiempo evitando... esto. Que cualquier cosa que me excita me hace sentir culpable, y estoy descubriendo una cantidad de sensaciones nuevas contigo... no soy capaz de digerirlas. No puedo ponerles categoría ni nombre, ¿entiendes? Y eso me abruma.

- Sí, creo que lo entiendo. – Hel bajo la cabeza, confuso. – Perdona, Violeta, yo tampoco había hecho esto nunca.

La réplica la miró, ladeando la cabeza, de forma semejante a lo que haría un cachorro curioso. Violeta le agarró el rostro entre las dos manos y lo besó, profundamente. No tenía gusto de metal, y sabía que poseía de terminaciones nerviosas, así que se propuso darle placer. Lo tumbó boca arriba, y se sentó a horcajadas sobre su miembro. Se lo introdujo despacio mientras lo miraba a los ojos. No sabía cómo un ser así podía reflejar la lujuria con una mirada, pero sin duda él lo estaba haciendo. La agarró de las caderas, para tratar de someterla de nuevo, pero ella negó.

- Ahora me toca a mí. – le mordió el labio y dirigió sus manos hacia sus nalgas. – Tú te encargas de esto, ¿vale?

- ¿Es una orden humana? – ironizó Hel.

- Una sugerencia. – definió Violeta.

Y ya no habló más, se concentró en subir y bajar sus caderas, en morderle el cuello y alborotarle el pelo, en sentir las ondas de placer derramándose por su piel, aprovechó su posición para colocar sus pezones a la altura de la boca de su compañero, que instintivamente los estimuló con la lengua. Nada de aquello era vacío, no se sentía como ninguna relación anterior... Subió el ritmo mientras sus lenguas se conectaban.
En un instante de genialidad, Hel usó una mano para apresar sus dos brazos a la espalda, y usó la extremidad que le quedaba libre para tomarla del cuello. ¿En qué parte de su código se escondía eso? Solo dedicó un instante a ese pensamiento, pues el robot comenzó a acompañar el movimiento de sus caderas, compenetrándose a la perfección, provocando que se mojase entera, que la respiración se le cortase y la mente se marchase por la ventana del conductor. No le importó que los pudieran oír. De hecho, no le importó nada que no fueran sus cuerpos, su mirada imponente y el orgasmo que le nacía de las entrañas. Gritó de placer mientras su cuerpo convulsionaba. Hel la agarró más fuerte. Luego sintió que todas sus fuerzas se desvanecían, y se dejó caer sobre el pecho de su compañero. Exhausta y feliz, completa.
En una vuelta impiadosa de la realidad, Violeta dejó que el calor de aquel túnel la envolviera, la brisa le dio escalofríos. Ahora derramaba lágrimas, pero de felicidad. De calma.

FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora