Los Ferrán

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23 de agosto, 12:15h.

No fuimos hechos para una vida normal. Cuando dos almas conectan con la profundidad con la que lo hicimos nosotros, pocas cosas se pueden poner en nuestro camino.

- Recuerda, bebé. - yo estaba al volante, ella se maquillaba a mi lado. - A de Activamos el inhibidor.

- T de Tres tiros al techo. - continuó ella.

- Exacto, mi amor. - sus pelos rizados y rubios, caían como una espiral de sol sobre su nuca. Tan pequeña y vulnerable, pero tan rocosa e imbatible, mi Eva. - R de...

- ¡Rapiñamos! - levantó los brazos, feliz, atravesando el techo descapotable de nuestro deportivo más caro. Verla sonreir era como un gol de mi Real Madrid en el descuento.

- A de . - es decir, que nos íbamos cagando leches del lugar. - Y, mi favorita...

- C de Cambiazo. - me guiñó un ojo, despreocupada, y yo solo pensé en agarrarla por la cintura y comerle la boca. Ir de camino a un robo nos excitaba demasiado. Eso era peligroso, en una situacion asi tienes que ser frio como un hijo de puta. - Y la O, de...

- ¡Otro día será, señor agente! - lo gritamos al mismo tiempo.

El GPS nos daba 6 minutos antes de llegar a nuestro local. El aire de verano corría más fresco dentro del coche y aún así hacía un calor de mil demonios. Desde la radio berraba un grupo de cuarentones que fingían volver a la adolescencia mientras aporreaban las cuerdas de cientos de guitarras eléctricas.

Yo vestía unos pantalones marrones y una camisera blanca de botones. Un reloj ajustado y dorado en mi muñeca izquierda, algunas pulseras en la derecha, y mis gafas de sol. Ah, y el pendiente ámbar de mi madre: la mujer que me enseñó a ser ladrón. En el espejo retrovisor me devolvió la mirada un tipo apuesto pero demacrado, con barba de chivo salpicada por tonos grises y una calva incipiente en el cabello oscuro. Pómulos hundidos y labios finos, casi invisibles.

A mi lado, una diosa con vestido naranja y ojos verdes. Pestañas embadurnadas en rimel, labios rojos fuego, uñas esmaltadas en un rosa pastel brillante y una amalgama infinita de collares tintineantes. Era una mujer poderosa, arrebatadora y segura. Cada lugar que pisaba lo llenaba con su esencia, atrayendo miradas. Mi Eva, mi otra mitad.

- ¿Lista, bebé? - no necesitaba responder, su mirada se tornaba felina cuando se concentraba, y ahora parecía la de una pantera a punto de saltar sobre su presa.

Fue la mirada que tenía la noche que la conocí.

- ¿Quién eres?

Creo que es la pregunta que uno menos espera cuando está empuñando un arma al rostro de una cajera de gasolinera a las 3 de la madrugada.

- Que me des el dinero. - yo temblaba, pobre, era mi primer atraco en solitario desde que metieran a mi madre entre rejas. Apenas tenía 20 años de mierda, y lo que había robado con la maestra ladrona se estaba gastando más rápido de lo que pensaba. - Te disparo aquí mismo, te lo juro por Dios.

- Eres guapo. - ahí estaban, los ojos enfocándose en mí, estrechando sus pupilas a un nivel inhumano, como un tigre o una serpiente. - ¿Ya has hecho esto antes?

Agitado como estaba, avancé, amenazando con ponerme violento si la ocasión lo pedía. Ella me agarró la mano y me arrebató la pistola con la gracia de una bailarina y la fuerza de un boxeador. Me dejó el orgullo por los suelos, pero no devolvió la amenaza. Calmada y soberana, vació el cargador de la pistola, la posó sobre el mostrador, con las balas al lado, rebotando metálicamente, y me devolvió una mirada tierna.

- Bien. - suspiró. - Ahora podemos hablar sin que nadie se haga daño, ¿te parece? - no recuerdo si asentí, estaba completamente en shock, no solo por el desarme, también porque en mitad de la vorágine me había fijado en ella por primera vez. Es lo que en Hollywood suelen llamar flechazo. - Como iba preguntando... ¿Quién eres? Sé que es una pregunta un tanto ambigua, pero puedes empezar diciéndome tu nombre.

FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora