Capítulo 23

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Era un sábado matutino en el que el sol apenas comenzaba a despuntar en el horizonte, prometiendo un día repleto de luz y posibilidades. Lucas, con la expectativa de las vacaciones de verano y su próximo ingreso a la universidad, debería haber estado rebosante de entusiasmo. Sin embargo, se encontraba recluido en su habitación, un santuario personal donde los pensamientos y las emociones se entrelazaban en silencio.

Revisó su teléfono una vez más, esperando algún indicio de conexión con el mundo exterior, pero la pantalla permanecía inmutable, un espejo de su aislamiento autoimpuesto. Con un suspiro que parecía llevarse consigo las últimas esperanzas, apagó el dispositivo y lo dejó descansar sobre la cama, un testigo mudo de su soledad.

Pero el destino, caprichoso en su naturaleza, decidió intervenir. El teléfono cobró vida con una melodía que rompió el silencio, y Lucas, con un reflejo nacido de la anticipación, lo tomó entre sus manos. La sonrisa que se formó en sus labios fue tan espontánea como reveladora al leer el mensaje de Benji, su novio, cuyas palabras eran un bálsamo para su espíritu.

"¿Recuerdas que hoy tengo entrenamiento? Nada me gustaría más que verte allí, dándome ánimos y fuerzas para ser el mejor. Espero contar con tu presencia y que veas cómo tu hombre se convierte en el mejor nadador del mundo. Te amo, cariño".

El remordimiento por haber olvidado el evento se mezcló con la urgencia de enmendar su error. Lucas se levantó con una determinación renovada y se vistió con la rapidez de quien sabe que cada segundo cuenta.

Mientras tanto, la voz de su madre resonó desde el piso inferior, un llamado que lo arrancó de su prisa. —Hijo, Emiliano está aquí esperándote —anunció.

Lucas agradeció la noticia y descendió las escaleras con la ligereza de quien se sabe esperado. Al llegar, sus dos mejores amigos, Sofía y Emiliano, lo recibieron con sonrisas cómplices y saludos efusivos.

—¡Hey, Lucas! ¿Listo para irnos? —preguntó Emiliano con un entusiasmo contagioso.

Lucas asintió, su sonrisa un reflejo de la alegría que sentía al saberse rodeado de amigos leales.

Elena, su madre, observaba la escena desde la distancia, una mezcla de curiosidad y preocupación en su mirada. Al enterarse del destino de los jóvenes, no pudo evitar sentir una punzada de ansiedad maternal.

—¿Listos para irse a dónde? —inquirió con suavidad.

—Vamos a ver a nuestro amigo en sus prácticas de natación —respondió Sofía con la sinceridad que la caracterizaba.

La petición silenciosa de Lucas, reflejada en sus ojos suplicantes, fue suficiente para que Elena cediera.

—Por favor señora, permítale a Lucas ir con nosotros. No haremos nada malo. ¡Se lo juro! —Emiliano añadió con fervor.

El Silencio de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora