Capítulo 17

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Lucas despertó en un mundo que no reconocía, una habitación ajena que no contenía rastro alguno de su vida cotidiana

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Lucas despertó en un mundo que no reconocía, una habitación ajena que no contenía rastro alguno de su vida cotidiana. La luz mortecina que se filtraba a través de las cortinas apenas iluminaba el espacio, creando sombras que danzaban con cada parpadeo de sus ojos adoloridos.

Intentó levantarse, pero su cuerpo se rebeló con un malestar que lo obligó a caer de nuevo. El suelo frío bajo él era un recordatorio cruel de su vulnerabilidad. Con cada intento de moverse, el dolor latente en su cabeza se intensificaba, como si cada pensamiento fuera un martillo golpeando su cráneo.

Apoyándose en la pared, Lucas se puso de pie con esfuerzo. Sus piernas temblaban, no por el frío, sino por la incertidumbre que lo envolvía. Avanzó con pasos inseguros, deteniéndose frente a un espejo que reflejaba su imagen desaliñada. La mancha oscura cerca de su ojo era un misterio, un enigma que le provocaba más preguntas que respuestas.

—¿Qué me ha pasado? —se preguntaba, mientras su mente luchaba por atravesar la niebla de la amnesia. La preocupación se anudaba en su estómago mientras observaba su reflejo, buscando pistas en su propia imagen que pudieran explicar su situación.

De repente, el sonido de pasos en el pasillo captó su atención. Su corazón comenzó a latir con fuerza, cada paso resonando como un trueno en su pecho. La manija de la puerta comenzó a girar lentamente, y Lucas, impulsado por un instinto de supervivencia, agarró una almohada como única defensa.

Cuando la puerta se abrió, Lucas atacó sin pensar, golpeando a la figura con la almohada mientras gritaba:

—¿Quién eres? ¿Dónde estoy?

La figura se detuvo, y en el silencio que siguió, Lucas cayó de rodillas, el miedo y la confusión apoderándose de él. Una mano se posó sobre su hombro, y aunque su primer impulso fue rechazarla, algo en el tacto le resultó extrañamente reconfortante.

Por favor, que alguien me ayude —pensó, mientras cerraba los ojos y se dejaba llevar por la desesperación.

Entonces, una voz familiar rompió el silencio, una voz que le devolvió un atisbo de claridad. Lucas levantó la vista, y la persona que había temido se reveló como alguien que nunca hubiera imaginado encontrar en ese lugar.

La luz del amanecer se colaba tímidamente por las rendijas de la persiana, tiñendo la habitación con tonos cálidos de esperanza. Lucas yacía en la cama, su mente aún enredada en los hilos de una noche que se resistía a ser recordada. La presencia de Benji a su lado era un faro en la bruma de su confusión.

—¿B...Benji? —la voz de Lucas emergió temblorosa, mientras sus ojos buscaban confirmar la identidad del joven que se agachaba ante él con una expresión de genuina preocupación.

—¡Oh, Benji! —exclamó Lucas, su alivio manifestándose en un abrazo que buscaba refugio en la familiaridad del otro. Benji respondió con igual fervor, su gesto protector depositando un beso en la frente de Lucas, un silencioso voto de consuelo.

El Silencio de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora