Lucas esperaba frente al portón del colegio. El hormigueo de la jornada escolar aún vibraba en sus huesos, y sus pensamientos danzaban entre las palabras de Emiliano y el encuentro con Noah. La tarde se deslizaba como un río tranquilo, y Lucas se perdía en la corriente de sus cavilaciones.
El claxon familiar del auto de su madre rompió el hechizo. Con un suspiro, dejó atrás sus reflexiones y se subió al asiento del copiloto, abrochándose el cinturón de seguridad con un clic reconfortante. El interior del auto olía a cuero y a los recuerdos de innumerables viajes juntos. Su madre, Elena, le sonrió, y Lucas sintió que el mundo se alineaba un poco más.
Durante el trayecto, conversaron sobre trivialidades: el clima, las noticias, las canciones en la radio. Era una cómoda distracción de los problemas que pesaban en la mente de Lucas. Aprovecharon para ir de compras al supermercado, donde los aromas de pan recién horneado y frutas maduras llenaban el aire. Lucas ayudó a su madre a bajar las bolsas cuando llegaron a casa, su mente aún en otro lugar.
Después de cambiarse de ropa, se sentó en su escritorio, rodeado por las paredes adornadas con pósteres de sus bandas favoritas y estantes llenos de libros que hablaban de aventuras lejanas. Se puso a hacer tareas pendientes del colegio, pero las palabras de Emiliano resonaban en su cabeza, distrayéndolo.
Tiempo después, su madre lo llamó para que bajara a comer. Al hacerlo, encontró la mesa puesta con esmero y a su padre, quien acababa de llegar del trabajo. Su padre, un contador público, siempre traía consigo un aire de seriedad que se desvanecía en cuanto cruzaba el umbral de su hogar. Lucas se acercó para saludarlo con un abrazo, un gesto que se había convertido en una tradición silenciosa entre ellos. Los tres se sentaron en la mesa y realizaron una pequeña oración de agradecimiento por los alimentos, un momento de unión que Lucas atesoraba en secreto.
En el menú se encontraban espaguetis al pesto, cuya fragancia de albahaca fresca llenaba la habitación, salmón al horno que prometía derretirse en la boca, puré de patata como guarnición y una ensalada mediterránea que era un festín de colores y sabores. A Elena le encantaba cocinar, especialmente para su familia. Siempre preparaba grandes cantidades, convencida de que una mesa llena era sinónimo de un hogar feliz.
Lucas jugueteaba con la comida en su plato, pero su apetito había desaparecido junto con las preocupaciones del día. La cocina, bañada en la luz cálida de la tarde, parecía un refugio seguro. El aroma de la comida flotaba en el aire, mezclándose con el suave tintineo de los cubiertos y el murmullo de sus padres.
Su madre, con los ojos inquisitivos, rompió el silencio. —¿Qué sucede, cariño?
Lucas apartó la mirada de su plato y encontró la preocupación en los ojos de su madre. —Nada, mamá, simplemente estoy satisfecho.
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El Silencio de Dios
Fiksi RemajaEn un torbellino de silencio divino, Lucas luchó hasta el último suspiro, enfrentando la incomprensión y el rechazo, solo para descubrir que en su sacrificio final, su voz resonaría más fuerte que nunca, llevando consigo el mensaje de esperanza y li...