Capítulo 34

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El aire de la habitación estaba cargado con la electricidad de un momento que ambos sabían que era un adiós. Benji, con el corazón en la garganta, susurró palabras de amor sobre los labios de Lucas, un adiós silencioso pero lleno de significado.

—Y yo a ti —respondió Lucas, su voz un susurro que llevaba el peso de un amor inquebrantable.

Sus frentes se unieron, un gesto íntimo que mezclaba sus alientos, un recordatorio de la cercanía que habían compartido y que ahora se desvanecía. La petición de Lucas para un último beso fue un eco de su deseo de retener un fragmento de lo que una vez tuvieron.

El beso que compartieron fue apasionado y profundo, un beso que sellaba el final de su historia juntos pero que también prometía un amor eterno. Benji, con una lágrima solitaria marcando su partida, salió de la habitación con la esperanza de que el perdón pudiera encontrar un camino a través del dolor.

Más tarde, cuando Benji ayudó a Lucas a subir a su habitación, el silencio entre ellos era un espacio lleno de palabras no dichas y sentimientos no expresados. A pesar de la brevedad de su conversación, el tiempo que pasaron juntos estaba impregnado de la profundidad de su conexión.

La desolada mañana se extendía ante Lucas como un lienzo en blanco, marcado solo por el eco de sus pasos y el peso de su soledad. Se vistió con dificultad, cada movimiento un recordatorio de las batallas que su cuerpo y alma habían enfrentado. La casa, sumida en un silencio sepulcral, parecía compartir su luto, cada rincón un testigo mudo de la ausencia que lo consumía.

Con la determinación de quien no tiene nada que perder, Lucas inició su marcha. No había dinero para un taxi, pero tampoco había prisa; el tiempo había perdido su significado. A mitad de camino, el agotamiento se apoderó de sus piernas, cada paso un desafío, cada respiración un acto de resistencia.

Finalmente, después de lo que parecieron horas interminables, Lucas se encontró frente a la tumba de su madre. Se arrodilló, su voz quebrada por la tristeza, sus palabras un susurro que se perdía en el viento.

—Mamá, soy yo, Lucas. He vuelto. Perdóname por no haber venido antes, he estado gravemente enfermo —las lágrimas caían, amargas, sobre la fría piedra, como si intentaran calentar la memoria de su madre.

—Mamá, me siento tan solo, tan perdido. No quiero ser una carga para Emi, no quiero ser visto con lástima —la confesión de Lucas era un grito silencioso, su dolor una sombra que se extendía más allá de la tumba.

Mientras tanto, Emiliano, ajeno al tormento de su amigo, se despertó lentamente. Se dirigió a la cocina con la intención de preparar algo de desayuno, pero sus habilidades culinarias dejaron mucho que desear. Los huevos revueltos terminaron quemados, y en un gesto de frustración, optó por su infalible plan B: un tazón de cereal con leche.

El Silencio de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora