Hugo removía los garbanzos de su plato mientras escuchaba de fondo a su madre. Como mujer que se había pasado los últimos años sin preocuparse de nada, que ahora su voz estuviera teñida de congoja hacía que su corazón se rompiese un poquito. No podía jugar al «déjame en paz, tengo cosas peores de las que ocuparme» porque, para empezar, si estaba donde estaba era gracias a sus padres. Al dinero que emplearon en él, en su universidad y en los másteres que estudió después.
Negarles su ayuda supondría escupir en todo el trabajo duro que realizaron cuando él no era más que un crío que no sabía nada de la vida.
—El banco ya no nos quiere hacer más préstamos —siguió diciendo—, y lo entiendo. Debemos una buena cantidad de dinero, y a los inversores del proyecto. No puedo creer que se paralice toda una obra por estas cosas. ¿No se supone que es mejor acabarla e intentar remontar?
—Fue una estafa, y si es un terreno que no se puede usar para edificar en él, entonces esa idea queda descartada —explicó él con calma—. Papá ya te lo contó.
—No es su culpa que ese hijo de... puta —espetó al fin— lo engañase.
Apretó los labios con fuerza, conteniendo un «claro que sí, era su deber saber cómo funcionaba su propio negocio», pero no iba a meter más el dedo en la llaga. Su madre no necesitaba más reproches. Los dos vivieron muy bien cuando construir edificios y urbanizaciones enteras daba muchísimo dinero, y ahora lloraban por mantenerse a flote con el poco dinero que les quedaba. Y aunque Hugo no comprendía qué clase de personas eran incapaces de guardar una cantidad en un fondo de pensiones por si acaso ocurría algo así, no los juzgaría.
Hicieron lo que creyeron correcto. Punto. Él se desligó de ese mundo y podía decir que era afortunado de vivir bien, y todo gracias a haber sido contratado como el subdirector de una revista de moda que cada vez cosechaba más éxitos.
No es que fuese el trabajo de sus sueños. Al principio solo echaba un cable, y desde hacía tres años era el subdirector oficial. Si bien se limitó a aparecer poco tiempo por la oficina. Odiaba el despacho que tenía al final del pasillo, tan aséptico, tan lleno de ruido de tráfico y carcajadas al otro lado de la pared.
Pero la vida no era justa, y los accionistas no daban margen, así que ahora tendría que abandonar su casa cada día y acudir a la redacción a hacer su trabajo mientras Holden diseñaba las nuevas secciones y contrataba otras marcas que quisieran colaborar.
Lo peor de todo es que no podía negarse. Necesitaba el dinero para pagar a su abogado —uno de los mejores del país— y también ayudar a sus padres. Dejarles caer en las deudas sin echarles un cable lo convertiría en un hijo de mierda.
—¿Está buscando alguna manera de sacar más información?
—Sí, pero está difícil —su madre suspiró al otro lado de la línea—. Sus compañeros dicen que lo mejor sería dejarlo en manos de los abogados, hasta que el juez dicte sentencia. Pero nos presionan de todos lados para cobrar y... —Tragó saliva—. No sabemos qué más hacer. Necesitamos ir pagando las deudas como sea, Hugo.
Sabía que su madre no hacía a propósito nada de aquello, que solo pedía ayuda porque no había nadie más a quien acudir. El resto de su familia tenía sus propios asuntos y no iban a sacrificarse por ayudarlos. Además, no hablaban de una cantidad asequible, precisamente.
—Bueno, tranquila. Ya verás que todo irá arreglándose.
—Lo que más me jode es que podamos perder la casa. —El tono de voz de su madre era muy agudo, como si estuviera conteniéndose para no llorar—. Aquí está todo lo que tenemos y... Y no sé, Hugo, no sé qué hacer.
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TRILOGÍA SERENDIPITY MAGAZINE - Capítulos de prueba
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