—Menudo reportaje, nene.
Unai levantó la cabeza y sonrió a su mejor amiga, a la única mujer a la que mantenía cerquita —aparte de su madre y sus dos hermanas—, para que le soportase en esos días difíciles donde la cabeza le iba a explotar y solo le apetecía quedarse en la cama, durmiendo, sin rendirle cuentas a nadie.
—¿Esto tiene Photoshop por algún lado? —Luna seguía observando con atención la pantalla de su ordenador, ladeando la cabeza hacia un lado y otro, sin decidirse del todo si era un montaje o su amigo había crecido bastante mejor de lo que pensaba—. Va, dime la verdad.
Él soltó una carcajada.
—Nunca dejo que me hagan retoques. Como mucho el color y eso, para que se vea mejor. Pero todo eso que ves —señaló su portátil— es natural, nena.
Luna silbó y dirigió sus ojos castaños a él. Una sonrisita juguetona se adueñó de sus labios.
—Qué pena que no me gusten los hombres, porque estás para hacerte uno o dos hijos.
—Anda, qué exagerada —riéndose, se giró en la cama y apoyó el mentón en sus brazos. Desde allí, con el sol pegando fuerte, el rubio de su pelo y el azul de sus ojos parecían de otro mundo—. Es un reportaje bastante normalito.
—Sales vestido de bombero y policía. Te aseguro que la gente no se limita a apreciar lo artístico de la foto.
Sí, Unai lo sabía. La mayoría de personas solo le comentaban cosas muy básicas cuando subía algo a sus redes sociales. Guapo, sexy, menudo repaso te daba, vaya culazo. Pero eso a él no le interesaba lo más mínimo. A nadie le amargaba un dulce; no obstante, cuando siempre leías y escuchabas lo mismo, terminabas agotado. Se consideraba una persona que desempeñaba un trabajo concreto. No estaba ahí para ser solo una cara bonita.
Las veces que hablaba de ello con sus amigos o su familia, llegaba a la conclusión de que nadie le comprendía del todo. La mayoría de sus argumentos se basaban en: te quejas por gusto, cualquiera querría tu trabajo. ¿Y qué? ¿Solo por eso debía conformarse? ¿No quejarse ni una sola vez? ¡Por favor! Tenía sentimientos, entre ellos ansiedad y miedo a decepcionar a todas las personas que confiaban en él. Que apostaban por él.
¿Eso no contaba?
—Sí —repuso él, y no sonó muy contento—, seguro que se vuelven locos.
Luna le miró de reojo, preguntándose qué mosca le habría picado. Estaba demasiado raro en las últimas semanas, y por más que le preguntaba, siempre le respondía con un «estoy bien. Cansado, pero bien», y acto seguido le pedía que cambiase de tema.
A las personas no se las podía obligar a hablar de lo que no querían sacar de dentro, y solo por eso lo respetaba. Ya hablaría cuando le apeteciera o se sintiese preparado.
—Bueno, esta semana tienes otro reportaje, ¿no?
—Sí, una campaña de desodorante. Me han pedido que pose como si fuese un superviviente de una guerra futurista o algo así. El rodaje del anuncio fue una pasada —se le escapó una sonrisita al recordarlo.
Su amiga se relajó un poco.
—¿Cuándo se estrena?
—Dentro de un mes. —Unai se dio la vuelta y extendió los brazos todo lo largo que podía en esa enorme cama que usaría solo por un día. Con los ojos clavados en el techo, suspiró—. No tengo ganas de ir a la radio hoy.
—Sabes que no te queda de otra —Luna, como su amiga y estilista, se acercó a él y le dio con la almohada en la cabeza. Escuchó su grito mientras se empezaba a partir de risa—, así que levanta el culo de ahí y ponte en marcha. No pienso llevarme otra bronca de Don Pepe por tu culpa.
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TRILOGÍA SERENDIPITY MAGAZINE - Capítulos de prueba
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