TODOS MIS DESEOS - Capítulo 1

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Martina respiró profundo cuando las puertas del ascensor se abrieron y pudo ver por fin cómo era su nuevo trabajo. Ese por el que llevaba una semana comiéndose la cabeza, durmiendo mal y acosando a la nevera en horas intempestivas. A simple vista era una oficina normal, con gente ocupada y un olor a flores bastante llamativo. La mayoría de sus compañeros ya ocupaban sus escritorios, y no levantaron la cabeza en ningún momento, ni siquiera por curiosidad.

Caminó con seguridad por la moqueta de color beige hacia el despacho del director. Holden Miller se encargaba de mantener en pie aquella revista que hasta hacía tres años solo se distribuía en Reino Unido y en Francia. Pero estaba más que claro que un hombre como él no se detenía ante nada y había decidido —según Bárbara, su amiga— continuar exprimiendo la gallina de los huevos de oro.

Y vaya si le estaba saliendo bien.

Su despacho era bastante amplio y estaba ubicado al final. Llamó un par de veces a la puerta y esperó con calma. Mantuvo la mirada al frente, o más bien clavada en el letrero dorado donde rezaba su nombre. Pasados unos minutos y sin recibir respuesta alguna, volvió a llamar.

—El jefe no está. Aún no ha vuelto de su viaje a Londres.

Martina se giró y descubrió a Vega, su otra amiga y nueva compañera de trabajo, apoyada en la pared. Vestía su habitual falda de tubo, la camisa blanca y unos tacones dignos de una drag-queen. ¿Alguna vez le habrían llamado la atención por ir subida a unos zapatos de ocho centímetros? Porque tenían pinta de ser un arma letal; sobre todo si los usaba ella para defenderse.

—¿Y por qué no me has avisado? Se supone que debía asignarme una mesa y...

—Tranquila, aquí siempre dejan recados por todos lados. Espera —alzó la mano un momento y se acercó al cubículo más cercano, intercambiando unas rápidas palabras con uno de los hombres que ya le daba a las teclas desde buena mañana—. Ya está. Julio dice que tu mesa es la que usaba Bárbara, esa de ahí —señaló la que tenía al lado y, para su mala suerte, frente al despacho de Holden—. ¿Te has traído tu ordenador? Aquí solo ceden las pantallas grandes, pero cada trabajador está obligado a encargarse de su herramienta profesional.

—Claro que sí. —Martina la miró como si de pronto no se conocieran de nada. Y eso que habían compartido demasiadas cosas, entre ellas un montón de esas borracheras donde al día siguiente no te acordabas de nada—. Es que... —respiró hondo de nuevo y sacudió la cabeza—. Olvídalo, voy a acomodarme.

Vega la siguió como si nada. Observó cómo dejaba sobre el escritorio su portátil, un montón de bolígrafos de gel de colores y la agenda. Una pequeña, de tonalidades rosas muy llamativas. El cubículo no era muy grande, y a veces podía ser asfixiante pasar más de tres horas allí metida, pero tenía cierta intimidad y trabajaría sin las miradas de sus compañeros clavadas en su nuca. Eso ya era algo positivo para una persona que valoraba muchísimo la tranquilidad.

—No te comas tanto la cabeza. Solo tienes que hacer tu trabajo, terminar a tu hora y no poner la música demasiado alta —le dijo Vega, ofreciéndole una de las chocolatinas que siempre guardaba para su tentempié matinal—. Y si tienes algún problema, vienes a buscarme y listo.

Saber que tendría a Vega de su parte la tranquilizó bastante. No era lo mismo enfrentarse a un nuevo trabajo sin más ayuda que la de sus nervios traicioneros y su falta de experiencia, que con una de sus mejores amigas a solo unos metros de distancia. Y Vega sabía desenvolverse por el lugar como si fuese su segunda casa. «Bueno, técnicamente lo es, pasa más de ocho horas aquí metida», pensó, tamborileando con los dedos sobre el portátil mientras se encendía.

—¿Estás segura de que puedo hacer el trabajo de Barbie sin la supervisión del jefe?

—Pues claro, mujer. Si Holden apenas repasa lo que hacemos, se fía mucho de nosotros. Y Hugo, el subdirector, lleva media vida sin aparecer por aquí —aireó la mano en un gesto que venía a decir «no importa»—. Tú ocúpate de terminar a tiempo y luego nos vamos a comprar algo de ropa. —Le guiñó un ojo y se alejó para ir a su cubículo.

TRILOGÍA SERENDIPITY MAGAZINE - Capítulos de pruebaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora