Arruinado

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Era media noche cuando se encontraron en mitad de uno de los bosques aledaños al pueblo. Estaba lo suficientemente oscuro como para que no pudieran reconocerlos tan fácilmente en caso de ser descubiertos por alguien.

—Te ves molesto— susurró tomándolo de la cintura para acercarlo a su cuerpo.

—Claro que lo estoy— reprochó poniendo sus manos en los hombros del alfa para mantener distancia—. Te dije un millón de veces que no tenías permitido acercarte a los niños hasta que fuera seguro hacerlo, y aún así lo hiciste.

—No puedes negarme el derecho de interactuar con ellos, en especial con el menor... Apuesto a que el niño ni siquiera sabe el nombre de su padre— gruñó apegándolo nuevamente a él para comenzar a besar y lamer el cuello del pelinegro.

Takemichi contuvo un gemido a duras penas, mientras Manjiro continuaba reclamándole por su poca disposición a dejarle compartir con sus hijos. El omega volvió a repetirle que no podía hacerlo puesto que podrían meterse en grandes aprietos pues su crimen no había sido perdonado en lo más mínimo.

Manjiro cubrió la boca de Takemichi con su mano cuando escuchó las pisadas de alguien cerca.

—¿Mamá?— se escuchó como Takeo lo llamaba en medio de la oscuridad en compañía de Mamoru quien también gritaba por él de forma graciosa.

Takemichi entró en pánico. Los niños no podían verlo en el estado en que se encontraba gracias a Manjiro, y mucho menos podían verlo en compañía de él. El alfa descubrió su boca mientras pasaba por su lado para encaminarse hacia sus hijos. Y por más que el pelinegro le pidiera no hacerlo, Mikey lo ignoró por completo.

—¿Papá?— preguntó Takeo en cuanto estuvo cara a cara con el alfa.

Manjiro asintió con su cabeza. El niño corrió hasta él para darle un gran abrazo, ese que venía esperando darle desde hacía cinco años atrás. Takemichi logró llegar a su hijo menor y evitar que se acercara a Manjiro.

—Mamoru... Es papá— dijo Takeo con una gran sonrisa al niño que observaba detrás de las piernas de Takemichi.

—Es el señor que me regaló a Lengua— contestó el pequeño refiriéndose al cachorro que habían dejado en casa al cuidado de su abuelo.

Takeo frunció el ceño. Entonces su padre si había intentado acercarse a ellos. Eso significaba que era su madre quien no les permitía reunirse con su progenitor. Y no tuvo pelos en la lengua para reclamárselo. Takemichi intentó razonar con él sin revelar el verdadero motivo por el cual Manjiro no podía regresar a casa con ellos, pero el niño no parecía comprender. En su cabecita sólo estaba instalada la idea de que era su culpa.

El omega estaba desesperándose aún más; su hijo mayor ya había comenzado a llorar pidiéndole a sus padres reunirse una vez más para formar la familia feliz con la que siempre había soñado, esa que Aimi y Shima tenían, y la razón por la que tanto los envidiaba en secreto.

—¿Qué está haciendo ese malnacido aquí?— preguntó Chifuyu.

Takemichi volteó y pudo ver a duras penas a su amigo tras suyo. Seguramente había escuchado los gritos de los niños y había salido tras ellos, y ahora se encontraba con la escena que tanto había trabajado en evitar que sucediera.

—¡No le digas así!— gritó Takeo parándose delante de su padre, completamente ofendido por la forma en cómo Chifuyu había llamado a su padre.

Chifuyu estaba furioso, no solamente con Manjiro por atreverse a regresar sino que también con Takemichi. Viendo la forma en cómo Takeo defendía a su padre le quedaba muy en claro que el pelinegro no le había contando al niño la razón por la que su padre se había exiliado, tal como le había prometido hacerlo un par de años atrás.

Takemichi tuvo que encerrar a su amigo dentro de una prisión de rocas para evitar que cometiera una locura en la que su hijo podría verse involucrado por querer defender a Manjiro. Chifuyu gritaba para ser liberado y repetía constantemente la palabra "asesino" para referirse al alfa. Takeo preguntó en varias ocasiones a su padre por la razón del porqué su tío le llamaba de esa manera, a lo que el rubio sólo se limitaba a guardar silencio hasta que se vio sobrepasado por el llanto desesperado de su pequeño.

—¡Asesiné al compañero de Chifuyu!— admitió.

Takeo quedó paralizado en su lugar, pero en cuanto Manjiro intentó explicarle, el niño regresó con su madre completamente asustado.

—Fue un accidente...— susurró viendo la decepción reflejada en los brillantes ojos azules de su hijo mayor y también el miedo en los del menor—. Yo sólo...quería recuperarlos, y perdí el control.

Manjiro sintió una profunda pena cuando Takeo le rogó a Takemichi regresar pronto a casa, y que también liberara a su tío Chifuyu quien ya se había rendido en intentar escapar de su pequeña prisión. Una vez más sería separado de sus hijos, y en esta ocasión era por decisión de ellos.

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Keisuke se sobresaltó cuando sintió el peso de Chifuyu caer sobre él en la cama.

—Estás muy frío— dijo después de tocar accidentalmente su rostro.

El omega le contó lo ocurrido en el bosque unos momentos atrás, y que su cuerpo se había enfriado luego de intentar usar su poder sin desearlo por la ira que sentía luego de ver a Manjiro después de tanto tiempo.

Baji acogió en su cama al rubio para que pudiera recuperar su temperatura rápidamente, pidiéndole autorización para poder abrazarlo. Chifuyu asintió con su cabeza levemente.

—Hace mucho tiempo que no me permitías hacer esto— susurró cubriéndolo bien con las mantas.

Chifuyu guardaba silencio con el rostro escondido en el pecho del mayor, concentrado en controlar los temblores de su cuerpo producto del frío y también por lo nervioso que lo ponía la situación.

Keisuke incrementó ligeramente el calor que emitía su cuerpo para ayudar a Chifuyu. El omega dejó escapar un pequeño suspiro.

—Recuerdo que antes evitabas abrazarme por mucho tiempo porque te daba terror lastimarme— dijo el ojiazul en voz baja.

—Era porque no podía controlar mi poder. Pero eso ya quedó en el pasado— comentó apoyando su mentón en la cabeza del menor—. Ahora debo enseñarle a Natsuki hasta que también lo logre, y así evite causarle tantos problemas a los demás, en especial a su compañero o compañera.

Chifuyu volvió a asentir. Pudo sentir que las palabras del alfa estaban cargadas de tristeza y arrepentimiento.

—Tú— habló el rubio en medio de un silencio incómodo— ¿Aún me sigues amando?

Keisuke pareció contener el aliento por unos instantes, pero luego confesó.

—Nunca dejé de hacerlo—.

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