Soy Libre, No Una Mascota

Capitulo 6

Bajo el mar la vida es muy diversa, divertida y muy agotadora; por eso ella se durmió temprano. Algo que casi nunca hacía por quedarse a ver las hermosas medusas nadar por encima de su pueblo de sirenas y tritones. Esta vez se lo perdió, pero al despertarse a medianoche por tener un poco de hambre vió el reflejo de unas luces que llamaron su atención. Asomando un poco la cabeza por fuera de la cueva veía como se iban y volvían a desaparecer. Cualquiera hubiera ido a averiguar que era, pero ella no. Se dedicó a rezarle a la diosa de los dulces sueños para sobrevivir al día siguiente y bajó de su coral a comer algo.
La marea en silencio le daba un poco de miedo porque siempre estaba acompañada de ruidos exteriores, aunque le gustaba así. En la cueva donde depositaba su alimento estaba la carne del pez que no se llegó a terminar de comer en la tarde. Cogió un trozo con sus grandes dientes puntiagudos y dispuso de primera fila en los jardines de corales observando aquel espectáculo. Se decía entre los pobladores que el cielo a veces envían esas luces para guiar los sueños. Terminando de comer buscó un erizo para quitarse la comida entre diente y volver a la cama acompañada de una maravilla canción de cuna que cantan las almejas cuando sienten a una criatura despertarse o desvelarse.
Aferrada a su esponja de mar cerraba los ojos hasta escuchar un estruendo que no fue la única en levantarse. Toda la gente salió preocupada y ella se unía para buscar información entrando en la barrera que mantenía oculto el reino submarino. Pocas cosas en el cielo se han visto, pero por primera vez en sus dieciséis años vió un naufragio inclinarse ante las aguas. Quedando en la gran banca cerca del jardín de corales donde ella dormía provocó una corriente que yo terminó pegándose con la pared de una casa en la espalda.

-¿Estás bien? -le preguntó un joven que la levantó en sus manos para ayudarla.

-Sí, gracias-le sonrió aceptando su ayuda un poco adolorida por el golpe.

- ¿Puedes hablar? -sus ojos brillaron y ella -Eres adorable y muy bonita. Nunca había visto un pez que le brillaran tanto los ojos como a ti. Ni que tuviera dientes tan puntiagudos, ni que sus escamas fueran grises. ¿Qué eres?

-Soy una piraña.

- ¡Increíble! Trabajo en el hospital por si te sientes mal.

-Muchas gracias doctor, ya me encuentro bien. ¿Por qué el barco se habrá rendido? Viven desafiando las aguas como si fuera algo insignificante.

-No lo sé, pero deberías volver a casa. A partir de mañana ese será la nueva escultura de ese lugar.

-¿Cree que sus guerreros estén adentro? -escuchaba sus tripas rugir y un viejo cuento sobre la famosa carne blanca prohibida.

-No creo, la mayoría siempre ha muerto y los sobrevivientes salen antes que su nave caiga. Recuerda que eres una sirena en desarrollo y no debes de violar las leyes.

-¿Sentiste la necesidad de decirme eso por mis preguntas? -preguntó la pequeña piraña nadando alrededor del tritón-Es cierto que siento curiosidad, fue tan cerca de nosotros. Quizás las luces que vi ante era el mar luchando contra ellos.

-¿Luces?

-Sí, luces.

Para calmar el alboroto que había entre los ciudadanos decidieron los tritones de seguridad reconocidos por su aleta de tiburón, investigarlo mañana en cuanto las aguas se aclararan. Era lógico que lo prohibieran, aunque las ganas de la pequeña piraña se debían a esos cuentos. El cuento de la carne prohibida era un mito marino entre las de su especie donde hablaba de una carne que contenía miles de sabores mezclados. Esa carne se encontraba mucho más arriba donde el agua es más clara, un lugar prohibido y demostrado lo peligroso que era con la caída los naufragios. Volvió a casa en compañía de ese doctor que se aseguró que se escondiera en una cueva. En cuanto se marchó se dedicó a observar bien ese navío notando algo raro.