Capitulo 17

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Cuando llegó al palacio, Sakura volvió a sentirse mal. Sus muchas cúpulas doradas la cegaban. Para llegar a la entrada principal había que subir una enorme escalinata, donde un soldado con uniforme escarlata montaba guardia cada seis escalones. Los pobres muchachos debían estar a punto de desmayarse con el calor, pensó Sakura mientras pasaba resoplando junto a ellos. Al final de los escalones había arcos, salones, corredores, vestíbulos, uno detrás de otro. Sakura perdió la cuenta. En cada arcada una persona espléndidamente vestida, con guantes, que de algún modo seguían blancos a pesar del calor, le preguntaba qué la traía por allí y luego la conducían hasta la siguiente persona en la siguiente arcada.

—¡La señora Pendragon para ver al Rey! —resonaba la voz de cada uno por los pasillos.

Aproximadamente a mitad de camino separaron a Madara educadamente y le pidieron que esperara. A Naruto y a Sakura los siguieron escoltando de una puerta a otra. Los llevaron al piso superior, donde los lacayos pasaron a estar espléndidamente vestidos de azul en lugar de rojo, y fueron escoltados hasta llegar a una antesala recubierta de paneles de madera de cien colores distintos. Allí apartaron también a Naruto y le pidieron que esperara. Sakura, que para entonces no estaba segura de si estaba inmersa en un sueño extraño, fue conducida a través de unas puertas enormes, y esta vez la voz resonante anunció:

—Su Majestad, la señora Pendragon ha venido a verle.

Y allí estaba el Rey, no en un trono sino sentado en una silla cuadrada que tenía como único adorno una hoja dorada, en el medio de una gran sala, vestido con mucha más modestia que sus sirvientes. Estaba totalmente solo, como una persona normal. Es cierto que estaba sentado con una pierna extendida en un ademán más bien real, y que era atractivo de una forma regordeta y un tanto vaga, pero a Sakura le pareció demasiado joven y un poco demasiado orgulloso para ser el Rey. Sentía que, con aquella cara, debía de sentirse menos seguro de sí mismo. El Rey le dijo:

—Y bien, ¿para qué quiere verme la madre del mago Madara?

Y Sakura se sintió de repente sobrecogida de estar hablando con el Rey. Era como si el hombre que estaba allí sentado y el cargo tan importante que suponía reinar fueran dos cosas distintas que por casualidad ocuparan la misma silla. Y se dio cuenta de que no recordaba ni una sola palabra de todas las cosas estudiadas que Madara le había encargado decir. Pero tenía que decir algo.

—Me ha enviado para anunciarle que no va a ir a buscar a su hermano, Su Majestad.

Miró al Rey fijamente. El monarca le devolvió la mirada. Aquello era un desastre.

—¿Está segura? —preguntó el Rey—. El Mago parecía muy dispuesto cuando hablé con él.

Lo único que Sakura tenía en la cabeza era que había venido a ensuciar el hombre de Madara, así que añadió:

—Mintió. No quería molestarle. Es tan escurridizo como una anguila, si sabe a lo que me refiero, Su Majestad.

—Y espera escabullirse sin tener que buscar a mi hermano Sasori—dijo el Rey— Comprendo. ¿Por qué no se sienta, ya que veo que no es tan joven, y me cuenta las razones del Mago?

Bastante lejos del Rey había otra silla corriente. Sakura se acercó hasta ella renqueante y se sentó con las manos apoyadas en su bastón, como el señor Orochimaru, esperando sentirse mejor así. Pero su mente seguía completamente en blanco por los nervios. Lo único que se le ocurrió fue:

—Solo un cobarde enviaría a su anciana madre a suplicar en su lugar. Con eso Su Majestad se puede dar cuenta del tipo de persona que es.

—Es una idea inusual —concedió el Rey con gravedad— Pero le dije que le recompensaría con creces si aceptaba.

Un Hechizo y Un Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora