Capitulo 29: Extra #3

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Todo era prisa y confusión alrededor de Sora. Aparecieron dos sirvientes más, seguidos primero por uno y después por dos jóvenes con largas togas azules, que parecían ser los aprendices del mago.

Unos y otros correteaban mientras Ino iba de un lado a otro del vestíbulo con la gata en sus brazos, dando órdenes a gritos. En medio de todo este desorden, el primer sirviente se acercó a Sora y le ofreció asiento y un vaso de vino con solemnidad. Y puesto que parecía que eso era lo que se esperaba de él, Sora se sentó y le dio un sorbo al vino, perplejo por la confusión.

Justo cuando parecía que iba a seguir así por siempre, todo paró. Un hombre alto, imponente, vestido con una toga negra apareció de algún sitio.

—¿Qué diablos pasa? —dijo el hombre.

Esa frase resumía todos los sentimientos de Sora, de modo que aquel hombre le cayó bien desde el principio. Tenía el pelo de un color negro recogido en una coleta y una cara cansada... O de fastidio, con los rasgos muy marcados. La toga confirmó las suposiciones de Sora, aquel debía ser el mago Nara, y habría parecido mago llevara lo que llevara. Sora se levantó de la silla e hizo una reverencia. El mago le dirigió una mirada de marcado desconcierto y se volvió hacia Ino.

—Viene de Sunagakure, Shika —dijo Ino—, y sabe algo sobre la amenaza a la princesa. Y trajo a Sakura con él. ¡Sakura es una gata! ¡Mira! ¡Shika, tienes que transformarla enseguida!

Ino era una de esas mujeres que se ven más encantadoras cuanto más consternadas están. Sora no se sorprendió cuando el mago Nara la cogió por los codos suavemente y le dijo: «Sí, por supuesto, mi amor» y después la besó en la frente. Esto hizo que Sora se preguntase con tristeza si él tendría alguna vez la oportunidad de besar así a Hotaru, o de decir, como acababa de añadir el mago: «Cálmate, acuérdate del bebé». Después de esto el mago se giró y dijo mirando por encima de su hombro:

—¿Y puede alguien cerrar la puerta? Media Kingsbury debe de haberse enterado ya de lo que está pasando aquí.

Con esas palabras, el mago Nara se acabó de ganar el aprecio de Sora. Lo único que le había impedido a él mismo levantarse y cerrar la puerta era la duda de
que dejar la puerta abierta en una crisis fuese una costumbre del lugar. Hizo otra reverencia y luego se topó con el mago, que giraba sobre sus talones para mirarlo de frente.

—¿Y qué ha pasado, joven? —preguntó el mago—. ¿Cómo sabías que esta gata era la hermana de mi mujer?

La pregunta sorprendió a Sora. Explicó (y lo explicó varias veces) que no tenía ni idea de que la gata fuese humana, ni mucho menos de que fuese la cuñada del mago real, pero no estaba demasiado seguro de que alguien le estuviese escuchando.

Todos parecían tan contentos de ver a la gata que simplemente asumieron que Sora la había llevado a la casa motivado por pura amistad. Lejos de exigir una gran suma, el mago Nara parecía creer que era él quien le debía algo a Sora y cuando Sora afirmó que no le debía nada, el mago añadió:

«Bueno, de todos modos acompáñame y mira cómo se transforma»

Lo dijo de un modo tan amistoso y confiado que Sora sintió aún más cariño por él y se dejó arrastrar junto con los demás a una gran habitación que parecía estar situada detrás de la casa, aunque Sora tenía la sensación de que, de algún modo, también estaba situada en otro, sitio. El suelo y los muros se inclinaban de una manera inusual.

Un Hechizo y Un Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora