parte 1

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Samantha no estaba contenta. Estaba harta. Cada tres meses se veía en aquella situación. Ella apenas conducía y, sin embargo, cada tres meses era ella la que cogía el coche de su marido para llevarlo a revisión en el taller. Ni siquiera su reciente embarazo parecía haber servido como excusa para librarse. Pero lo peor no era que estuviera allí obligada, lo peor era, que se había obligado ella misma.

Había cogido las llaves del coche y había salido de casa, incluso llegándose a enfadar con Fred cuando le insistió en que ella iría al taller, que era responsabilidad suya. Y ahora, sentada en la sala de espera, acariciándose la barriga por inercia a pesar de que a sus dos meses de embarazo no se notaba, no entendía nada.

No entendía su insistencia por ir allí, o que llevase ya más de treinta minutos en aquella sala de espera que apestaba a aceite de motor y freno quemado. La simple perspectiva era ridícula. No le interesaba ninguna de las revistas de aquella sala, y su móvil no tenía cobertura, así que se le estaba haciendo eterno, porque además estaba sola en la sala de espera.

Samantha era una mujer que había tenido y había retenido. Cuando Thomas, su marido, la había conocido era una mujer de bandera, rubia, con un cuerpo de infarto y con unas tetas de esas que quitaban el hipo, un culo bien puesto y unas caderas de pasarela.

Después de diez años de matrimonio, se había dejado un poco, estaba algo rellenita, pero entraba dentro de lo que llamarían “gordibuena”. Suspiró y dejó la revista de pesca sobre la mesilla junto con el resto. Estaba muy cansada cuando finalmente la puerta se abrió y otra mujer salió de ella.

Le recordó a sí misma de joven, era la clase de rubia explosiva que ella había sido y por algún extraño motivo se sintió extrañamente celosa cuando la vio coquetear con el mecánico y despedirse de él con las llaves de su coche. Se mordió el labio cuando la vio dirigirse hacia su deportivo rojo.

_ Señora Smith. _ El mecánico se dirigió a ella finalmente.

Ella miró al hombre y se esforzó por contener una mueca de repulsión. Nunca le había gustado Howard. Era probablemente el hombre menos atractivo que había conocido en su vida. Era bajo, desgarbado y estaba gordo. Su cabello era ya escaso y tenía varias canas. Su rostro parecía el de un cerdo más que el de una persona salvo por la nariz, que era demasiado larga.

Y el mono de mecánico no ayudaba en absoluto. El azul estaba desgastado y estaba cubierto de aceite y grasa por todas partes. Sam se preguntó una vez más… ¿Por qué hacía aquello? Por qué cada tres meses iba al mecánico para una revisión de su coche, lloviera nevara o tronara. ¿Por qué ignoraba cuando su marido le sugería no ir o se ofrecía él?

¿Por qué tanta diligencia para ir a aquel antro a esperar con aquella pila de revistas que claramente no le interesaban mientras sonaba aquella música monótona y nada menos que para para encontrarse con aquel degenerado que no se molestaba en ocultar que le estaba mirando las tetas en aquel instante?

_ Como le decía, vamos a empezar con el equilibrado de las ruedas. _ Howard probablemente llevase un largo rato hablando y ella no se había dado cuenta. _ Pase para ir rellenando el papeleo mientras.

_ Sí, claro. _ Dijo, tratando de ocultar su molestia.

Tardó apenas un minuto en rellenar y firmar los papeles, y eso la llenó de angustia pensando en lo que iba a tardar el alineado y que tendría que volver a aquella sala de espera. ¿Por qué? ¿Por qué se sometía ella a aquello desde que había ido la primera vez en lugar de su marido tres años antes?

_ Bien, está todo en orden. _ Howard sonrió cuando observó los papeles y los metió en un cajón. _ Gracias por venir puntual como siempre, putita 332.

el mecánico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora