parte 4

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Howard estaba dormido, aferrado entre los brazos de mujer. Christine era muy cariñosa con él desde que aquel número de serie estaba grabado sobre sus nalgas, no siempre había sido así. Instintivamente se levantó una media hora antes de que sonase el despertador de su marido, tomó su móvil y lo apagó. Ella sería el despertador aquella mañana. Bajó la vista a la mesilla y se encontró a su hija tirada en el suelo. Se había quedado dormida con el pomo de la mesilla metida en el culo, típico de Margaret.

Christine bajó la manta con sumo cuidado y se encontró la polla de su marido ya semierecta. Howard siempre se levantaba con un buen empalme mañanero. Y no siempre dormía a su lado, pero cuando lo hacía, Christina estaba preparada para la batalla.

Tomó aquella polla con mimo y la miró, relamiéndose. Christine estaba condicionada para pensar que aquella polla era la mejor que existía. Howard se había asegurado bien de ello. Comparados con él, Christine veía a los otros hombres como pichacortas y pésimos amantes, por mucho que superaran la talla y el brío de su marido.

Quizá era por haber visto a Ginger antes… Pero estuvo pensando en Brad… y en lo tonta que ella había sido en su día. Mientras empezaba a recorrer la polla de su amante esposo con la lengua pensaba en que en su día la había traicionado.

Por un momento pensó en la posibilidad de que Howard no la hubiera perdonado y le hubiese permitido tener el honor de ser su sierva… la primera esclava de un amo que había sido compasiva con ella… si él la hubiera rechazado y no pudiera tomar esa polla y hundírsela en la garganta como estaba haciendo en aquel momento… ¿Qué habría sido de ella?

Por suerte, aquel horrible destino en que no estaba su maridito sólo era una ensoñación y él era muy generoso. ¡Le daba toda la polla que ella quería! Y por eso mismo ella sabía bien como debía tratarla… cual era la mejor forma de acariciar aquellos huevos y como tragarla entera sin tener arcadas.

Aquella mujer despampanante, que aparentaba mucha menos edad de la que tenía, hacía su mejor esfuerzo por su hombre. Un hombre viejo, regordete, calvo y bajito que, para ella, sin embargo, era más atractivo que todos los demás. El hombre más sexy del mundo. Debió estar comiendo aquella polla un buen rato antes de notar la mano de su amante esposo acariciarle el pelo.

Pudo mover los ojos para ver cómo él se iba despertando y sonreír… o a menos lo más parecido a una sonrisa que podía generar sin sacarse la polla de la boca.

_ Monta. _ Dijo él, dándole un azote en el culo.

Christine se sacó aquella polla de la boca y le dio un tierno beso en el capullo antes de empezar a deslizarse sobre él.

_ Ya pensaba que no me la ibas a pedir. _ Se colocó el pelo tras la espalda y comenzó a montar aquella polla que tanto amaba.

Mientras Howard acariciaba las perfectas nalgas de su mujer, notando cómo rebotaban contra su torso, no pudo evitar escuchar un ruido que llamó su atención. Le dio un azote distraídamente y miro al lateral de la cama, donde su hija continuaba masturbándose con la mesilla de noche.

Se quedó hipnotizado mirándola. Los sonidos gorrinos sólo eran una parte del espectáculo. A él le daba mucho morbo ver cómo esas lorzas y esas tetas infladas por la obesidad mórbida se movían. Cómo esas nalgas temblaban. Le encantaba ver cómo el septum que atravesaba aquella nariz gorrina y los aretes que adornaban sus pezones daban pequeños aspavientos.

Y le ponía sobremanera el goloso olor a sexo añejo que desprendía la muchacha. Se relamió mirando la aberración que había creado.

_ Cariño, baja.

_ Sí, amor. _ Respondió Christine.

Y a Christine no le molestó tanto que su marido dejara de follarla como pudiera parecer, porque sabía lo que se venía. Ella se sentó en la cama, se lamió con toda la clase que esa acción podía tener y asentó la mano sobre su coño, masturbándose con insistencia mientras veía cómo su marido se aproximaba a Margaret.

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