parte 11

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Howard se consideraba un hombre de gustos sencillos. Le gustaba la mecánica, el buen sexo y pasar el rato con su hija. No tenía grandes ambiciones más allá de eso, y probablemente por eso su trato con Lily había ido tan y tan bien. Alguien más ambicioso probablemente hubiera intentado usar su poder para alcanzar un estrato social más alto, pero no Howard. Él sólo echaba en falta una cosa, y eso no era algo que el dinero o el estatus pudiera darle.

Lo cierto es que, dinero sí que tenía, toda la fortuna de Brad, pero podría haber tenido muchísimo más de haber querido. Lo único que extrañaba era la mirada dulce de su esposa antes de ser convertida en su sirvienta. Esa que buscaba cada mañana cuando la mujer tan solícita le despertaba con una mamada… sin demasiado éxito.

Normalmente se consideraba feliz, pero a veces ese recuerdo volvía para atormentarle, y era algo que le dolía, como si le retorcieran un cuchillo en el corazón. Ginger aparcó el coche frente a la casa y miró a su amo por el retrovisor.

Era uno de esos días, y ella lo sabía. Eran días en los que ella se sentía muy culpable… porque la tristeza de Howard era culpa suya. Y Ginger, como su primera sierva… y la responsable de aquello, no podía más que sentir toda la culpa de lo que había hecho cuando aún era Brad. Ella amaba a su amo por encima de todas las cosas.

Howard iba a desquitarse con ella, y Ginger lo aceptaba. Ya estaba más que acostumbrada a meterse en su taquilla y pasar allí las noches… apretada contra las paredes y sintiendo el dolor de la puerta presionando contra su polla. Había llegado a un punto en que algo masoquista dentro de ella lo disfrutaba un poco. En cualquier caso, era lo que se merecía.

Sin embargo, no aquella noche. En el garaje estaba Christine, esperándolos. Y en cuanto Howard la vio, abrió la boca de forma desencajada, porque en los ojos de su mujer estaba aquella mirada. Aquel pequeño punto rebelde y salvaje que en su día lo había enamorado.

_ Hola, amor. _ Saludó, mordiéndose el labio, juguetona. _ Llegáis pronto.

A Howard se le había puesto como una roca en cuanto ella le había mirado. Lo cierto es que a Ginger también, pero Howard ni se paró a mirarla, sólo tenía ojos para la rubia. Ella parecía haberse dado cuenta, porque su sonrisa se ensanchó.

_ Vaya, y pensar que normalmente ni te das cuenta si me he cambiado el peinado a menos que sea por orden tuya. _ Le tendió la mano. _ Ven, mi vida. Tenemos mucho que hablar.

Sus ojos entonces miraron a Ginger, no sin cierto desprecio mal disimulado.

_ Y tú, ve a la cocina, quiero que ayudes a preparar la comida. _ Le dijo, con acidez en la voz. _ Mi hija está preparando un banquete y no es justo que tú vaguees en la taquilla.

_ Sí, mi ama. _ Ginger sonrió. Le encantaba obedecer a esa Christine tan autoritaria.

_ Y bien, Howard… ¿Me has echado de menos? _ Alzó una ceja, mirándole a los ojos.

_ Yo… sí. _ Reconoció él, tomándole la mano para besarle los dedos.

_ Nunca se te ocurrió que si querías que volviera lo más fácil era dejar de controlar mi mente. _ Suspiró ella, recalcando lo que le parecía una obviedad.

_ Yo… es que… _ Howard no conseguía acabar una frase.

_ Te preocupaba que me fuera con otro porque estabas paranoico después de Brad. _ Puso los ojos en blanco. _ Cielo, no intentes excusarte… te conozco, puedo leerte como un libro abierto.

Howard asintió lentamente.

_ Pues bien… debes saber que yo no te traicioné. _ Le miró a los ojos. _ Brad me hipnotizó antes que, a ti, Howard. Yo jamás te habría hecho eso. Y es importante que lo sepas.

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