parte 2

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Jessica era una mujer ocupada. Tenía cuarenta y cinco años, estaba divorciada y tenía un negocio muy lucrativo con su bufete de abogados, del cual era socia. Por eso resultaba extraño que cada tres meses acudiera sin falta al mecánico para revisar su coche, porque tres razones principales. La primera es que su coche iba como un tiro, apenas tenía un año. La segunda, era que siempre sacaba a su hija del trabajo para llevarla. Lo cual no era difícil, porque Vanessa había terminado el instituto e instantáneamente había entrado a trabajar como camarera en el bar del bufete, porque “la niña” no quería estudiar en la universidad, sabiendo que iba a heredar una fortuna, pero Jessica pensaba darle una lección de humildad y aunque fuera una inútil, el poder del nepotismo mantenía su trabajo intacto.

Pero la tercera razón y quizá la más importante era que Jessica llevaba veinte años acudiendo sin falta a aquel taller, lloviera nevase o tronase, a pesar de que odiaba profundamente a Howard, el encargado, y de que había lugares mucho más económicos, limpios y con mejor trato al cliente. Lugares en los que no tenía que conformarse con leer “jarra y sedal” mientras esperaba una eternidad para que le atendiesen en aquella sala de espera que apestaba a ambientador de pino que no lograba tapar el hedor de la habitación.

Pero ella acudía, sin pensárselo siquiera. Era algo que no meditaba, algo que ocurría por inercia y que hacía sin pensar, cada tres meses se aseguraba de dejar despejado ese hueco en su agenda, sacaba a su hija del trabajo y acudían juntas al mecánico, a pesar de que ni siquiera se dedicaban un momento a hablar en aquella sala de espera… lo cual era irónico, porque normalmente tenían una relación muy amorosa y cordial.

Jessica estaba convencida de que si esperaba un minuto más iba a mandarlo todo a la mierda cuando la puerta se abrió y una mujer rubia salió de la habitación, seguida de Howard, que tenía mal abrochado el mono. Tanto Vanessa como su madre se percataron de que la mujer tenía semen corriendo por el rostro y cayéndose sobre su canalillo. Pero algo les impidió decir nada, y para cuando la mujer salió por la puerta, lo habían olvidado.

_ Oh, Jessica, Vanessa… pasad. _ Howard sonrió, una sonrisa que Jessica detestaba porque sabía que en la cabeza de aquel hombre había pensamientos lascivos hacia ella y hacia su hija.

_ ¿Y bien? ¿Cómo está el coche? _ Jessica quería acabar con aquello lo más pronto posible. _ ¿Algo que señalar?

_ No, nada. El coche está a punto. Rellene esto y puede irse. _ Dijo Howard, extendiendo un formulario.

_ Menuda pérdida de tiempo. _ Dijo Vanessa. Jessica le lanzó una mirada asesina. Tenia razón, pero no debería haberlo dicho así.

_ Oh, bueno, lo lamento. _ Dijo Howard, visiblemente molesto. _ Si queréis aprovechar el tiempo quizá podáis comerme la polla antes de iros.

_ ¿Pero qué coño le pasa por la cabeza? _ Gritó Jessica, más que dispuesta a darle un puñetazo y demandarlo siete veces antes de que tocase el suelo.

_ Muñequita 128, niñita 821. _ Espetó Howard, sin perder la sonrisa.

El efecto de las palabras fue instantáneo. El brazo que Jessica estaba levantando para golpear perdió toda su inercia y cayó a un costado de su cuerpo al igual que el otro. Se quedó de pie, dejando el cuerpo relajado, la expresión vacía y la boca entreabierta y babeante. Tal como Howard había dicho, era como una muñeca sin vida, que apenas pestañeaba y respiraba.

Vanessa estuvo así, pero sólo por un segundo. Su rostro cambió rápidamente a una expresión infantil con una gran sonrisa y, tomando dos ligas que llevaba en la muñeca, se hizo dos coletas y se acercó a Howard, poniéndole la mano en el pecho.

_ Papi, te he echado de menos.

Y es que, efectivamente, Howard era su padre. En los años que Howard llevaba haciendo aquello había practicado mucho sexo sin protección y tener gran cantidad de descendientes era uno de sus muchos fetiches. La “niña”, comenzó a desvestirse entre saltitos y risas. Howard, sin embargo, estaba prestando atención a la muñeca de carne que tenía más cerca.

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