8. Entrevista peligrosa

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Mi padre nos miraba uno al otro con el ceño fruncido e iba a decir algo pero fue interrumpido cuando abrieron la puerta de un tirón. Era Berto.

—¡Señor Cruz, lo he llamado millones de veces, pero usted cuando no anda haciendo cochinadas o simplemente viviendo la vida, está pendiente de la vida de su hija que ya es mayorcita y como ya todos sabemos, hasta novio ha de tener!—su vista se dirigió de mi padre al guardaespaldas—¿Eres tú? Pues mira que guapo es, y eso que no soy gay, pero es muy...—lo detalló—muy interesante.

—Él no...—intenté explicar pero me cortó.

Obviamente el tal Nick no dejaba de mirar la escena algo divertido. Se lo veía en los ojos a pesar de su "seriedad."

Mi padre por otro lado parecía bastante enojado. Puso los ojos en blanco al notar que Berto no se iba a callar.

—No hace falta ser humilde querida.

—Cállate y ven conmigo de una vez... no se ni por qué trabajas aún aquí, la verdad—chistó mi padre sacándole de la oficina junto con él. Pero ambos pudimos escuchar la voz de Berto.

—¿Pues por qué cree? Porque hago todo el trabajo por usted y además soy sincero y carismático.

—Cállate—replicó mi padre e intenté no sentirme abochornada por la situación.

Me acerqué a Nick y lo miré durante unos segundos. Él también lo hizo, de hecho casi podía sentir que había vivido esta escena antes.

—¿Nos hemos visto antes?—pregunté yo con los ojos entrecerrados, y algo se agitó en su mirada. Que raro.

—No lo creo.

—Pues yo sí lo creo—esa expresión extraña, la forma en que me veía, no era así como deberías de ver a alguien que recién conoces.

—Si usted lo dice.

Puse los ojos en blanco y me fijé por un momento en su ropa, era un traje de guardaespaldas obviamente, pero había algo en él que no terminaba de convencerme. Su estilo le daba ese aire de frío y distante. Parecía como si quisiera que nadie detallara en él.

Aunque eso es imposible, era muy guapo, con unos ojos grises hermosos, pelo castaño oscuro y un cuerpo atlético de estatura alta que haría que cualquier chica cayera rendida a sus pies, menos yo.

—¿Tienes familia?—seguí con mi cuestionario alejándome de él para tomar asiento en el sofá.

—No.

—No es posible que no tengas ni un sólo amigo o pariente—repliqué, indignada. Me miró sin cambiar esa expresión neutral.

—Pues si es posible.

—Eres un tanto antipático, ¿Lo sabías?

—Y usted es un tanto curiosa, ¿Lo sabía?

—Grosero—murmuré haciendo una mueca y él se echó un poco hacia adelante con el ceño fruncido.

—¿Disculpe?—quiso saber.

—No, no lo disculpo—ironicé.

—Pues no lo haga.

—No me de la razón. ¿Quién se cree para darme la razón?—estaba enojada y no sabía ni por qué. Creo que era su actitud jovial. ¿Acaso no le afectaba el frío de la ciudad? No lo sé. Me caía mal.

Ok, no tenía conexión una cosa con la otra. Pero sinceramente era como si pasara de mi.

—No puede ser—susurró agarrándose el puente de la nariz con unos dedos, visiblemente exasperado y volvió la vista hacia a mi—¿Ha considerado ir a terapia?

The angel: La voz de mi Alma.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora