𝐈

15 2 9
                                    

𝐄𝐥 𝐮𝐥𝐭𝐢𝐦𝐨 𝐥𝐚𝐭𝐢𝐝𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝐫𝐞𝐥𝐨𝐣

Cuando somos niños todo es relativamente más sencillo, o al menos eso siempre solía mencionar mi mamá a diario, lo mucho que deseaba tener mi edad, lo repetía siempre que notaba lo mucho que iba creciendo, cuando tenía ocho, cuando tenía diez y ahora que estoy a unos meses de cumplir diecisiete lo sigue manteniendo.

Nunca comprendí por que lo decía realmente, en mi pequeña cabeza no cabía la idea de que una mujer adulta quisiera ser algo tan insignificante, regresar el tiempo, a medida que crecí la entendí un poco más. La edad no es impedimento para tener tus propios problemas y yo lo aprendí desde mis tempranos doce, donde por primera vez comprendí lo que era mantener un secreto.

— ¡Inna, pedido de mesa cuatro listo!

De inmediato dejo de mirar aquel grande ventanal de cristal y me dirijo a la ventanilla por donde normalmente recibo la comida de mis clientes, o mejor dicho, los clientes del señor Yohan. Llevo todas las vacaciones trabajando en la que se supone es la mejor cafetería de Hillcrest. Aunque claro, es fácil decir eso si tienes en cuenta que es la única; tal vez por eso, aunque los huevos se le quemen y el pan tenga unos tres días de caducado, tiene tanto éxito. En fin, se puede decir que en un pueblo pequeño es fácil triunfar.

Llego al huequito a recibir esos huevos grasientos revueltos con tocino y el famoso pan del cual acabo de hacer referencia. No entiendo cómo piden esto a las plenas siete de la noche; esto no es exactamente mi idea de "cena", pero cada quien.

—Gracias, oye Inna, y tráeme un poco de café con leche, pero poquita. —dice Margo, una vecina, en cuanto entrego su orden, aunque sinceramente, en este pueblo, todos pueden considerarse vecinos.

Mi turno, acaba a las ocho y siendo hoy domingo por la noche. Aunque me duelan como el infierno los pies por haber hecho doble turno, en cuanto me pagan lo del mes, se me olvida todo por completo, es mas siento que podría correr un maratón si quisiera. Con esto, me basta y me sobra para lo que tengo planeado desde el año pasado. Para poder ir a verla. Finalmente, la veré y arreglaré las cosas.

— Pero qué feliz te ves, niña. Cuidado o pensaré que eres interesada. — el viejo de Yohan no puede evitar meterse conmigo, y yo estoy tan de buen humor que solo logro sonreír —. Me imagino que hasta las próximas vacaciones...

Sí, eso era cierto; hoy era mi último día. Mañana yo entraría a la escuela para mi penúltimo año, pero eso no era lo importante. Lo importante era lo que pasaría el once de abril, el día del cumpleaños de mi Sara, la chica por la cual me estuve rompiendo el lomo todas las vacaciones de Navidad.

— Exacto, te veré luego, Yohan. — estando tan distraída, estaba a punto de irme olvidando algo muy importante. Afortunadamente, lo recuerdo y volteo de inmediato —. Muchas gracias por cierto y lo siento... Ya sabes, por lo de la otra vez...

— Tranquila, que ya hacía falta reemplazar toda la vajilla. — como no, nombra directamente mi primera novatada de hace unos meses —. Eres una buena trabajadora, niña. Aquí siempre tendrás asegurado un empleo. — aquello sí me hizo sonreír de verdad.

¿Dónde estaba lo supuestamente gruñón e intratable de este señor? No lo veía y sinceramente, ni yo misma hubiera tenido la paciencia que él tuvo, así que no puedo evitar darle un pequeño abrazo para finalmente tomar rumbo hacia mi casa y tomar un merecido descanso.

Había ahorrado lo suficiente en estos meses, incluso me sobraba dinero para algún otro capricho que se me antojara. Aunque es cierto que el dinero en sí no trae felicidad, las cosas que se pueden obtener con él sí pueden hacerme sonreír.

Verdad DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora