𝐗𝐗

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𝐃𝐢𝐬𝐭𝐫𝐚𝐜𝐜𝐢ó𝐧 𝐲 𝐫𝐞𝐜𝐡𝐚𝐳𝐨

En el año mil novecientos ochenta y nueve fue cuando todo comenzó para ellos. Los cuatro tenían dieciocho años y algunos tenían más responsabilidades que otros, especialmente los dos jóvenes chicos que intentaban decidir qué hacer con su futuro. Ellos dos se conocieron primero. Daimel era hijo de una de las familias más antiguas que residían en aquel pueblito olvidado por el mundo. Siendo parte de los fundadores, sus padres anhelaban para él un futuro brillante, por lo que lo criaron implantando aquella ambición que opacó sin querer la humildad del muchacho; él heredó uno de los oficios de su padre, el de los autos, siendo bastante talentoso en ello. Lo tomaba como un hobby, pero su vida pasó en un parpadeo y cuando menos lo esperaba, aquello se convirtió en su vocación, mientras que a su lado ya se posaba su esposa con una hija en camino. Por otro lado, estaba William. Al igual que Daimel, su familia era una de las fundadoras, pero de hecho, sus padres nunca implantaron esa aspiración a salir de allí o a hacer algo fuera de lo común. Los Flynn siempre mantenían la tradición con firmeza en sus vidas y futuras generaciones, por lo que simplemente William aprendió el oficio de su padre y pronto lo convirtió en su vocación por elección. Tal vez por ello en esa amistad había un cierto contraste interesante, donde si ellos lo quisieran se complementarían; por un lado, la ambición de Daimel pudo haber empujado al joven William a formar nuevas aspiraciones y las actitudes de él hubieran permitido a Daimel entrar en aquella ambición sin que esta acabara con él por completo.

Sin embargo, se conocieron muy jóvenes y no estaba muy bien visto hablar de aquellos temas, de un futuro o secretamente lo que deseaban. Por ello, aunque eran amigos, realmente no sabían mucho el uno del otro. La costumbre de su compañía y ayuda los hizo encariñarse, mientras que gracias a ellos la chica que resultó ser esposa de William terminó teniendo una especie de relación parecida con la que sería la esposa de Daimel. Los años terminaron pasando, sus vidas lo hicieron. No pasó mucho tiempo y pronto ambos por su lado tuvieron a dos niñas que inevitablemente, al no conocer la historia por completo, se vieron condenadas a repetirla. Por ello me resultaba difícil de comprender todo esto.

No entendía por qué aquel hombre me había gritado de aquella manera y mucho menos por qué aquella mujer me empujo lejos, con tanta voluntad, que empecé a creerme sus palabras y sentir su rechazo. No entendía, porque, hace no mucho tiempo, aquella mujer de cabellos dorados también me llevaba a la escuela, me compraba uno que otro presente de Navidad y siempre parecía alegrarse cuando me veía en la puerta de su casa. También aquel hombre que parecía tan dócil y amable, que siempre se ofrecía a llevarnos de viaje los fines de semana y agradecía mi compañía con su hija. Daimel y Erika Crowell no tenían ni una sola lágrima en sus ojos cuando me echaron de su casa, al contarles la noticia, a pesar de que supuestamente ya sabían de ello. El empujón que me dieron para después cerrarme la puerta en la cara, fue lo que me confirmó que las madres tenían cierta intuición que parecía casi sobrenatural.

"Las personas cambian, el mundo lo hace". Eso me había dicho con tanta confianza y tal y como lo predijo, lo descubrí en las primeras horas de mi viaje, el cual pensé que sería uno de los mejores días de mi vida.

Claro que no hubo pérdidas totales. Xavier fue realmente un regalo divino. A pesar de verlo aquel día en el edificio, no quise hablarle mucho. La primera noche en la ciudad me la pasé sentada frente a ese gran edificio, después de darle la pobre excusa a Xavier de tener un lugar a donde ir. Fue una noche fría, cruel, dura y demasiado real. Lloraba, pero no sentía realmente una razón para hacerlo. Tenía mucha rabia, demasiada. No podía permitir que la vida fuera tan injusta conmigo y con lo que sentía. Había perdido una amiga, un amor, una oportunidad y solo me había quedado ahí, a la deriva. Pero aquel viejo amigo supongo que pudo leerme, porque a la mañana siguiente había vuelto solo para sacarme un poco de la penumbra.

Verdad DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora