𝐗𝐈𝐕

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𝐐𝐮𝐞𝐫𝐞𝐫 𝐲 𝐫𝐞𝐬𝐢𝐠𝐧𝐚𝐫𝐬𝐞.

Confiar en un mocoso de quince años con complejo de sultán y, sobre todo, mimado que me escribe en línea. Eso es lo que estoy a punto de hacer.

¿Recuerdan al pequeño hermanito de Jade? Bueno, hermanastro. Pues quedamos en vernos para hablar de ciertos temas de Jade. Él piensa que yo la odio o algo por el estilo. Al parecer, él también, o la verdad no tengo claro cuál es el tipo de relación que maneja con su hermana. Pero el pequeño mocoso me citó en un gran edificio que, según leí, le pertenece a la madre de Jade, Clarisse Morle, que en cuanto murió su esposo por razones de salud, terminó apoderándose de esa empresa.

Le escribo a Izan Sanders, el hermanastro de Jade, para ver en qué está metido. Este no duda en responder que entre diciendo su nombre y que pase al segundo piso preguntando por la oficina a su nombre. Me lo vuelvo a reconsiderar porque si esto es una broma me saldría bastante caro.

Llego a la entrada donde soy detenida de inmediato. Digo el nombre del adolescente y me dejan pasar como si nada. Bueno, al menos este plan está funcionando. Llego a los ascensores marcando el piso dos. Cuando llego, le pregunto a un señor trajeado detrás de un escritorio por Izan y este me mira alzando una ceja con cierto criterio. ¿Qué me juzga?

—Siga hasta el fondo... señorita — musita con algo de desagrado y esto ya me empieza a oler mal.

Me acerco hasta el final del pasillo donde de forma cómica hay una puerta con una estrella dorada marcada con el nombre de Izan. Casi quiero soltarme a reír, pero de este niño depende que Jade no se entere de ciertas cosas, tengo que ser cuidadosa. Doy tres toques a la puerta y recibo un "pase" que me hace rodar los ojos.

Es una oficina pequeña, con un televisor gigante y una consola de videojuegos, un escritorio gigante de cristal y una silla que se gira hacia mí mostrándome el rostro de aquel pequeño demonio. Para tener quince no se ve tan pequeño, pero sí le falta el estirón final. Es todo lo contrario a Jade, cabello castaño y desordenado muy claro, pecoso, ojos café claro felinos que se enfatizan cuando sonríe con una complicidad que no comparto.

—Bienvenida desconocida señorita de la fiesta. —saluda invitándome a sentar, a pasos lentos eso hago, no puedo evitar sentir incomodidad cuando observa cada uno de mis pasos, aunque también me causa gracia cómo quiere parecer de cierta forma intimidante. —¿Se te antoja algo de beber? ¿Agua tal vez?

—No, gracias. — rechazo de forma amable y este asiente comprensivo.

—Jodie Benoit, un bonito nombre para una bonita chica. — empieza su discurso y yo a seguirle el juego. —¿Por qué te interesa tanto mi fastidiosa y gruñona hermanita? — inquiere jugando con un Vape en sus dedos.

Ay, señor.

—¿Qué puedes decirme de ella? ¿Es buena hermana? — contraataco cruzándome de brazos, su mirada va a mis pechos de inmediato. Frunzo el ceño ante ello, pero empiezo a comprender.

—He visto mejores. — dice aun con la vista en mis pechos, al parecer se da cuenta y vuelve a mirarme a la cara con una expresión un tanto avergonzada —. O sea, hermanas. — tartamudea y yo no puedo evitar soltar una risa.

—La convivencia con Jade debe ser difícil...— intento empatizar un poco.

—Y que lo digas, no sé ni por qué mi papá se volvió a casar, yo considero que estábamos bien. — dice con algo de enojo —. Aunque aquí entre nos...— me pide que me acerque para tener cierta confidencialidad, aunque dudo termino haciéndolo —. Mi querida madrastra necesitaba con urgencia alguien que manejara el negocio, no le gusta mover un dedo. — musita divertido —. Igual también me gusta mi nueva independencia. — parece haber confesado ya un secreto que no comprendo muy bien. El chico vuelve a alejarse y a reposar su espalda en la silla de cuero.

Verdad DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora