𝐗𝐕𝐈𝐈

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𝐋𝐚 𝐭𝐞𝐚𝐭𝐫𝐚𝐥 𝐜𝐨𝐧𝐟𝐢𝐚𝐧𝐳𝐚, 𝐟𝐢𝐧𝐠𝐢𝐝𝐚 𝐲 𝐜𝐫𝐞í𝐝𝐚.

Frío, demasiado. Tanto que podía sentir mi propio cuerpo encogiéndose de forma involuntaria, mis dedos perdiendo movilidad, mis labios resecos y mis ojos vidriosos. Oscuridad, era otra de las cosas que había en aquel desconocido lugar, no importara hacia dónde mirara, solo veía sombras, hasta que un destello repentino me ciega, haciendo que mis ojos se cierren con fuerza ante el estímulo.

Ahora con más luz, diviso lo que hay a mi alrededor, de repente siento la boca seca y me quedo inmóvil en aquella silla metálica. Frío, está muy fría y no puedo moverme. La mesa, a su vez también de un metálico gris, se encuentra vacía y, a pesar de que lo intento, ni siquiera puedo ver mi propio reflejo en ella. Estoy sola en aquella sala de interrogaciones, pero no por mucho. La puerta frente a mí se abre, lo primero que veo es el rostro serio de Daniel Hayes, que carga unas esposas en su mano derecha, apenas consciente de mi figura temblorosa, deja salir una tenebrosa sonrisa que me pone los pelos de punta.

—Inna Flynn. — su voz suena lejana, no sé si se debe a lo fuerte que mi pecho se alza al respirar de la forma tan errática en la que lo estoy haciendo.

—¿C-como lo...? — las palabras se atascan en mi garganta y una nueva risa surge del policía, que se acerca a mí dejando entrar otra figura que permanecía escondida detrás de él.

—Te has portado muy mal, Jodie.

—¿Sara?

Nuevamente su belleza se postra frente a mí, más viva que nunca se posa a un lado de la mesa sin dejar de mirarme.

—¿En qué estabas pensando, Jodie?

—Sara... ¿Estás viva? — mi voz suena baja, intento levantarme, pero es como si mi cuerpo se rehusara a seguir órdenes.

—Claro que sí. — Su afirmación se acompaña de una sonrisa genuina. Me ve con ternura antes de soltar lo siguiente —. Me diste toda tu vida. ¿Cómo no estar viva, Inna?

—Hazlo antes de que alguien venga. — Daniel le dice a la chica de ojos grises que no deja de mirarme con compasión.

El hombre se retira de la sala, sin importar cuánto lo llamo desesperadamente. El miedo me inunda ante la sola idea de quedarme a solas con ella, y hasta me sorprende el hecho de que a estas alturas prefiera estar frente a la fría mirada de Daniel que a la compasiva de ella. Apenas la puerta se cierra, su presencia se acerca hacia mí con cierto disgusto por mis gestos temerosos.

—No, no... por favor. — Mis súplicas le son irrelevantes.

Pero ya era tarde, sus manos ya estaban en mi cuello y yo no podía hacer nada para impedir que ella acabara conmigo.

—¡NO!

Mis manos tocan desesperadamente mi cuello, mi respiración acelerada no para y noto un leve sudor frío pegado a mi frente que me hace conectar a tierra. Mis manos empiezan a bajar hasta toparse con algo muy suave, que al apretarlo noto que son sábanas, las sábanas de la cama de alguien con quien me he quedado tres días enteros, el mismo alguien que ahora me mira con los ojos bien abiertos, como si él fuera el asustado. Está sentado en la cama mientras me contempla con cierta fijación que, gracias al reciente sueño, no me parece extraña, pero para él debe ser lo peor, porque se levanta como un rayo, como queriendo poner mil metros entre los dos. Es entonces cuando soy consciente de que estaba muy cerca de mí.

—Yo solo venía por una camiseta. — A su vez, señala la prenda blanca que mantiene en su mano derecha, sin dejar de mirarme, empieza a ponérsela con movimientos patosos.

Verdad DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora