Capítulo 6

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NAVIORY

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NAVIORY


Bien, la abstinencia no era para mí.

Si, tenía problemas... serios problemas. Y no estaba lista para aceptarlos realmente.

Los nervios se habían ido de mí, todo lo que había planeado se reducía a esto, todo lo hacía por una salida, una escapatoria que me ayudara a sobrellevar los problemas y yo no era perfecta, nadie lo era, y cada uno era libre de llevar las cosas de la manera que mejor se les da. Yo había encontrado ciertamente una manera no muy saludable, no muy recomendable que, si ponía las cartas en la mesa, eran formas preocupantes, pero lo necesitaba.

Lo primero que había hecho, era salir del restaurante como un alma endemoniada y conducir hasta parar en el sitio más cercano donde se encontraba un camello...

Si...

Yo encontraría mi propio fin, seguramente...

Encontraría lo más adictivo y me ataría a ello, hasta saber que no viviría más si existiera algún tipo carencia que me obligara a la privación de dicha materia. No eran mis metas, pero estaba consciente de mi posible futuro.

Le pagué al chico, que me había visto como una imbécil, no había muchos clientes como yo por estas calles, era algo que definitivamente comprendía.

Y por ese simple hecho, había decidido no atropellarlo accidentalmente.

Me encontraba en mi auto, siendo absorbida por la cruda necesidad de saber que no importara cuanto esperara, porque lo haría de todos modos. Me pregunté por octava vez, sí podía parar cuando yo misma me lo propusiera y como siempre la misma respuesta de antes... volvía a dudar.

Yo no era el mejor ejemplo de nadie, y nadie podía juzgarme; había sido abandonada a mi suerte, desde los cinco años recordaba pequeñas cosas vagamente, pero realmente me había sentido sola cuando tuve seis años, justo comenzando a asimilar todo, una madre que nunca había estado, un padre al cual tenía que enorgullecer siempre con algo nuevo por que aprender, era agotador, a esa edad tenía una energía de abuela, no porque era una niña aburrida sino porque había tanto que me consumía y nadie lo sabía. Todos mis años hasta ahora había cumplido mis diversas clases extra curriculares, tutorías, talleres, campamentos, viajes, nanas y niñeras.

¿Cumpleaños? 

Mi padre mandaba los juguetes a mi habitación, a veces me daban una tarea nueva, la mayoría siempre había sido un objeto... pero yo, yo deseaba comer en familia, hacer un viaje juntos, pasar tiempo juntos.

Nunca había pasado...

Nunca se me había preguntado nada, me habían sacado de la mansión a los siete años, había sido trasladada a una casa grande y fría, me habían asegurado que me divertiría, que me concentraría mejor en todo lo que haría. En todo ese tiempo había soportado, aceptar regalos, salir, acompañando a mis padres de vez en cuando a cenas, eventos, recaudaciones, subastas, inauguraciones, negocios y bailes benéficos; después de eso volvía a esa casa triste, solitaria y vacía. Veía a mi padre una vez a la semana, incluso cuando estaba fuera del país y teníamos que conversar, sería a través de una llamada o por una videollamada lo que fuera más accesible en el momento. Era por eso que esa costumbre aún se mantenía viva, como de alguna manera retorcida y masoquista en mi, también apreciaba, que incluso no quería que terminaran aunque eso me desgastaba.

INGOBERNABLES ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora