Amelia

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La miro y miro

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La miro y miro. Cada día y cada momento que puedo.

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La observo y estudio. Cada paso y movimiento lo grabó en mi mente... y lo ejecuto. Todas las mañanas, aún exhausta por la larga noche de trabajo, me siento frente a mi espejo justo como ella, encorvada como sosteniendo el mundo en su espalda, y cansada de la vida. Despeino mi cabello y me desmaquillo.

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Intento ese patético peinado y ese insípido maquillaje, antiguo y mal hecho. Después, me coloco el único atuendo puritano que tengo, el que use en algún momento para ir los domingos a misa procurando un hombre de bien que me evitara llegar a la vida nocturna con la que ahora cuento, está tan desgastado como el vestido favorito de ella.

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Su asqueroso perfume barato es lo último que coloco en mí, es tan nauseabundo como ella, mi compañera de oficio, y mejor amiga desde la infancia.

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Con ese olor puedo entender porqué siempre  tenía una profunda amargura. Nada en ella irradia belleza, sensualidad, felicidad o erotismo. Cada minuto junto a ella me resulta más inconcebible el hecho de que él la haya elegido, sobre mí.

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Yo lo ví primero. Yo lo tomé primero. Él era mío. Mientras yo lo consolaba por la muerte de su madre, él se ahogaba en whisky. Fue una suerte salir a fumar, justo cuando él entraba al club. Era como una joya, cara y perfecta, en un barro revuelto con mierda de cerdo. Algo increíblemente inalcanzable. Pero yo lo había conseguido.

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Mi querida mejor amiga, necesitaba ver de cerca el increíble hecho y llevo personalmente a nuestra mesa otra botella, la cuál nunca probé, pues antes del primer trago él me pidió que la llamara a ella para que me sustituyera. Al sol de hoy no entiendo esa decisión... quizás el dolor le hizo creer que ese feo y desaliñado ser, se parecía a su madre en la urna, y quiso pasar un tiempo más con ella.

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Hace un mes mi hombre le propuso matrimonio, a ella, y desde luego le prometió sacarla de este bajo mundo. La muy zorra se lo pensó, pues le parece mejor tener solo la responsabilidad de vestirse para la noche, que la de cuidar de un hogar adinerado.

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El no merece tener eso, a su lado, el resto de su vida y ella no merece ni vivir. ¿Cuál será el regalo de Dios a una persona que hace justicia y con ella da felicidad? Nada menos que su deseo más preciado, supongo.

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Ya estoy sacando mis últimas cartas y apostándolo todo, este juego no me ha sido nada fácil. Él sufrirá un poco, por la muerte de la que nunca será su esposa, pero ahí estaré yo a su lado, consolándolo, disfrazada como ella para que no haya otro estorbo en nuestro camino.

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Ya con todo planificado, no me queda más que avanzar. Así que por ahora continuaré en mi misma posición. Imitándola. Observándola. Observando cómo se va deteriorando y desvaneciendo frente a mí, preferiría que sea más rápido pero todo va a su ritmo. Cada taza de café, con la cantidad exacta de mata ratas dentro, le quita un aliento más. Ya no veo el momento en que Dios me premie con la vida que deseo, a cambio de entregarle su merecida vida eterna, a mi mejor amiga.



🖋️Mare Durán.
📸: Google imágenes.

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