~CAPÍTULO 4~

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«Ivy Novikov»

Me desperté por la luz del ventanal que me calentaba la cara, gracias a que olvide cerrar las cortinas ayer. Me estiré perezosamente entre las sábanas lilas de mi cama.

Tome mi teléfono y me sorprendió saber que eran las nueve de la mañana, prometí acompañar a mi padre a la tienda de mascotas del pueblo.

«¿Ya se habrá ido?»

Una cabecita peluda de color blanco se asomó de entre mis sábanas, sonreí a penas verlo.

—Hola nuvecita— se trataba de mi gato, al escuchar mi voz inmediatamente se acercó a restregar su cabecita por toda mi mejilla, rei mientras lo acariciaba con cariño.

La puerta de abrió de golpe mostrando a mi padre con una ceja alzada.

—¿Se puede saber por qué no estás lista?— no sonaba molesto pero si irritado.

—Dame quince minutos— me apresuré a decir.

Se fue dando un portazo mientras murmuraba cosas como «la juventud de hoy no sabe que es la puntualidad»

Me levanté de un salto y me adentré en mi cuarto de baño, me cepille los dientes y me metí a bañar lo más rápido que pude, al terminar me vestí rápidamente con unos vaqueros, unas botas negras, un suéter rosa pastel y tome un abrigo negro, guantes blancos y un gorro rosa.

Me cepillé un poco mi cabellera rubia y baje corriendo las escaleras para adentrarme al salón dónde mi padre estaba.

—Un minuto más y te hubiese dejado— bromeó poniéndose el abrigo.

Lo seguí hasta la camioneta que estaba aparcada a un lado de la casa.

El viaje fue corto gracias a que mi padre me hablaba de cosas triviales mientras manejaba.

—Hemos llegado— sonrió con emoción.

Baje del auto con cuidado de no caerme en el pavimento resbaloso. Los dos entramos y nos encontramos a Julia, una mujer de treinta y tantos que siempre sonreía con cariño.

—¡Alexey! ¡Ivy!— exclamó encantada— Que alegría tenerlos aquí. ¿Qué es lo que buscan?

—Buscamos un perro para mí sobrina— explico mi padre.

—¿De qué raza quieren el perro?— preguntó con curiosidad.

—Un doberman— aseguró mi padre.

—Tengo el perro que necesitan— sonrió realmente emocionada.

Nos guío hasta las jaulas donde tenían a los perros, no tardamos en encontrar a un pequeño doberman jugueteando con un hueso de plástico.

—Este pequeño lleva un mes aquí— explicó casi con tristeza.

—Eso es raro— murmuré— aquí los animales no duran ni una semana.

—Dicen que no querían a un perro tan grande e imponente— dijo resentida, haciéndome reír.

—Lo queremos— aseguré.

Tras veinte minutos de papeleo nos encontrábamos en el auto de papá con un pequeño doberman en mi regazo en dirección a la cabaña para dárselo a Elena como regalo.

—Espero le guste— el nerviosismo era claro en su voz.

—Le encantará— aseguré.

Tardamos un poco más en llegar por el tráfico de los camiones de carga.

Al llegar los dos bajamos mientras yo sujetaba al adorable perro, papá me abrió la puerta y enseguida me di cuenta de que mi familia no estaba. Es normal, al ser jueves todos tienen algo que hacer.

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