1 | Una carta extraña

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Siempre he dicho que las flores contienen recuerdos. Al fin y al cabo siempre están a nuestro alrededor y florecen con fuerza en esta época del año recordándonos cosas que pueden que no quieras recordar. Puede que los recuerdos sean algo delicado.

—Fragmento recuperado del diario de Em.

La primavera da comienzo con las primeras flores en el jardín de mis padres. Y parece que este año lo hacen más rápido, como si tuvieran prisa. Como si de un recuerdo que no llega, tratará.

Del mío, del año pasado.

Los primeros rayos de sol entran por la abertura de mi ventana mientras que la suave brisa de aire fresco va llenando el lugar. Cierro los ojos un momento y vuelvo a respirar una bocanada de aire.

—¿Dalia?

Miro a mi derecha sobresaltada, al reconocer su voz.

—¿Rissa? —le pregunto extrañada.

Su sonrisa es una de las más sinceras que conozco, incluso contagiosa, diría. Rissa es la florista de mis padres, que suele venir cada día por la mañana entre semana. No acostumbra a venir por la tarde, es por eso que me extraña.

Me acuerdo del día en el que la conocí, era muy pequeña, no sé qué edad debía tener, pero sí que recuerdo como decidieron presentarme mis padres a Rissa, y como yo pensé que era divertido que fuera tan bajita, porque estaba prácticamente a mi altura. De este modo con ella, siempre me sentí no tan diminuta, en un mundo de gigantes.

Sonrío al recordarlo y luego vuelvo a la realidad. Es un recuerdo que preservo con mucho cuidado y con temor. El temor de perder ese también.

—Ay Hooper, voy a empezar a pensar que no te alegras de verme —dice esbozando una mueca triste.

Abro los ojos como platos y niego con la cabeza frenéticamente.

—¡Nada que ver Rissa! Es solo que no te esperaba a esta hora —sonrío algo tímidamente y cambio el gesto cuando mi corazón se acelera al pensar que ha podido pasar algo —. ¿Va algo mal?

Niega con la cabeza y con su lento gesto, sus rizos grises y revoltosos que tanto le caracterizan, se mueven con gracia.

No hay nada de lo que preocuparse. Siento que el aire vuelve a entrar con facilidad a mis pulmones

—Nada de eso, querida, solo... —se encoge de hombros con el intento de quitarle importancia y chasquea la lengua —, ya sabes como es Marga.

Mi madre. Cierra los ojos un momento suspirando y a mi me deja una sensación amarga al pensar que tiene razón. Claro que sé cómo es.

—Pero ya es hora de irme, Lia —me sonríe cuando me aparto para dejarle paso y no puedo evitar sentir la tentación de sonreír ante el cariñoso apodo que tantas veces he escuchado desde que era pequeña —. ¡Tengo unos nietos hambrientos a los que alimentar!

Se me escapa una risa.

—¿Toca especialidad de Rissa?

Su sonrisa no expresa más que diversión y orgullo. Porque contra todo pronóstico, ahora es consciente de que es la mejor cocinera a nuestros ojos... y papilas gustativas, claro.

—¡Por favor! —ríe abiertamente— ¿Acaso lo dudabas, querida?

—Ya podrías dejarme algo... —reprocho con la voz llena de gracia.

—¡Oh, ya lo creo, Dalia! —me acaricia la mejilla, y al sentir la cálida caricia, me siento extraña. No suelo recibir muestras de afecto desde el accidente. Me esfuerzo en disimularlo porque Rissa no es consciente de lo que pasó hace año. Quizá ni siquiera lo sería, si tan solo yo se lo dijera. Hay que querer creer la historia, si es que existe una —. Le diré a Marga que le he hecho un plato para ella también y de este modo, seguro que no se resistirá a dejar de lado su lado autoritario.

La Memoria de la Primavera | CORRIGIENDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora