Segundo anónimo

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Era un primer paso. Había que admitirlo, y se lo aseguré cuando llegué a la oficina.

Pero necesitábamos algo más, ansiaba un paso más.

No me quedaría aquí sentada escuchando las tortuosas agujas del reloj pasar con cada hora que pasaba mientras yo yacía sentada en aquella silla de escritorio negra de su despacho.

Me sorprendió ver que para entonces, él me recibiría con los brazos cruzados y que ya lo tuviera pensado.

Pero después de todo, él estaba más cerca de nuestro objetivo. Y no le importaba sembrar el caos, si eso daba como resultado, cobrar sentido a su sed de venganza.

Y eso, sí exacto, a mí me convenía.

Es él, quien decide romper el silencio escalofriante, mientras habla con un rostro tenso sentado en la otra silla de escritorio, frente a mi:

—¿Y bien, Karlov?

Evito la tentación de sonreír ampliamente al pensarlo, bajo el sombrero negro opaco, que me cubre media cara, que me ha dejado mi tan querida hermana.

—Tengo una maravillosa idea.

La Memoria de la Primavera | CORRIGIENDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora