Messing Up

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ᴴᵒᵘˢᵉ ᵒᶠ ᴮᵃˡˡᵒᵒⁿˢ
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𝙲𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟷𝟷

Durante los días siguientes, la experiencia de trabajar con Sebastian se tornó notablemente más complicada. Su comportamiento había cambiado drásticamente; se mostraba mucho más distante y frío que de costumbre, como si quisiera remarcar que yo soy solo su asistente. Sin embargo, también parecía decidido a no dejarme ni un momento a solas. Era como si hubiera desarrollado un repentino rechazo a la idea de que yo estuviera lejos de su vista, aunque fuera por breves instantes.

Sebastian comenzó a inventar una serie de excusas para mantenerme cerca, algunas tan absurdas que rozaban lo cómico, mientras que otras eran lo suficientemente creíbles como para no levantar sospechas inmediatas. Me asignaba una cantidad abrumadora de trabajo adicional, mucho más de lo habitual, y se aseguraba meticulosamente de que yo permaneciera en un lugar donde pudiera observarme constantemente. Esta nueva dinámica estaba empezando a resultar no solo extraña, sino francamente molesta e incómoda.

Por otro lado, eso hacia que tuviera que pasar mucho más tiempo en compañía de Hanna. Ella era increíblemente amable y atenta conmigo, lo cual, lejos de aliviar la tensión, solo servía para intensificar mis sentimientos de culpa. Cada gesto de bondad de su parte era como un doloroso recordatorio de los sentimientos que tenía hacia su esposo y de la confesión que Sebastian me había hecho hace unos días. La culpa se entrelazaba con la confusión, creando un nudo emocional cada vez más difícil de desenredar.

—No tienes por qué sentirte culpable de nada —comentó Anne en voz baja, mientras jugueteaba distraídamente con uno de mis cuadernos de notas. Hablaba en un tono apenas audible, consciente de que Sebastian se encontraba a escasos metros de nosotras, concentrado en una conversación con los mecánicos y su ingeniero sobre algunos detalles técnicos del coche—. En serio, no es tu responsabilidad cargar con ese peso. Además, hay algo en su actitud que simplemente no cuadra. A mí Hanna no me convencen

Exhalé con frustración y le arrebaté mi libreta de las manos, notando cómo había estado doblando las esquinas de las hojas sin darse cuenta.

—¿Podrías quedarte quieta por un momento? —le pedí, tratando de alisar las páginas arrugadas.

En esta ocasión, fue Anne quien puso los ojos en blanco, pero su expresión rápidamente se transformó en una sonrisa maliciosa que no auguraba nada bueno. Le lancé una mirada de advertencia que claramente decía "ni se te ocurra", a lo que ella respondió con otra que parecía desafiarme: "¿Quieres apostar?"

Con un movimiento exagerado, Anne se estiró en su silla, fingiendo un cansancio que evidentemente no sentía, y dejó escapar un suspiro tan teatral que casi me hizo reír.

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