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El hogar de Park Jimin se encontraba envuelto en una cálida calma, salvo por el ligero caos que él mismo había creado al prepararse para su cita. Mientras revisaba su apariencia una vez más en el espejo, el amor y la anticipación se reflejaban en sus ojos. El tiempo parecía estancarse a su alrededor, y cada segundo que pasaba solo aumentaba su ansiedad.

No habían pasado ni diez minutos desde que el doctor Min le había llamado para avisarle que estaba en camino para recogerlo, y el doncel ya se encontraba inmerso en un mar de desesperación por su llegada.

—¡Meow! —Le maulló Señor Gato al verlo juntar sus manos sobre su pecho mientras miraba atentamente la puerta de entrada de la casa.

—Estoy tan nervioso, Señor Gato —le confesó Jimin, entrelazando sus pequeños deditos entre si—. Es nuestra primera cita juntos; quiero decir, de todas veces que hemos salido a pasear por los alrededores del hospital, está es la primera vez que lo hacemos en otro lugar y eso me pone muy nervioso.

—Meow~

Señor Gato se acercó a sus pies y comenzó a frotarse entre sus piernas para ofrecerle, de algún modo, algo de calma a su terrible nerviosismo.

—Gracias, Señor Gato —dijo Jimin, agachándose con cuidado a su altura para acariciar su lomo.

El felino, comenzando a ronronear satisfecho, se tumbó de costado en la alfombra, retorciéndose de placer por las insaciables caricias de su amo. En especial, en la base de la cola.

Aliviado en parte por el contacto con su peludo amigo, Jimin se distrajo durante varios minutos ese jugueteo, hasta que, de repente, el timbre de la puerta sonó fuerte y ambos se sobresaltaron.

Jimin se reincorporó rápidamente del piso y entró en pánico; el doctor Min había llegado.

—¿Qué hago? ¿Qué hago? —comenzó a murmurar frenéticamente como un disco rayado.

—¿Meow? —respondió Señor Gato, ladeando la cabeza en señal de incomprensión.

—Tengo que ser fuerte y dar la cara, tienes razón —le dijo Jimin, retocando una última vez su cabello—. Por mi hijo y nuestro futuro, aquí voy.

Al levantarse de golpe, dejó a su felino compañero más confundido que antes. El minino, visiblemente celoso, se dio la vuelta y se acomodó nuevamente en el alfombrado. La idea de que detrás de esa puerta se encontrara el tan proclamado doctor Min no le provocaba el más mínimo interés.

Para él, lo único que importaba era que le dejaran sus galletas y su agua limpia en los recipientes. Mientras eso se asegurara, podían irse sin que él les dirigiera una maldición gatuna ancestral.

Jimin tomó una respiración profunda para calmar sus nervios y se acercó a la puerta. Contó mentalmente hasta tres, abriéndola lentamente y preparándose para encontrarse cara a cara con el hombre de sus sueños.

Y allí estaba él, parado en el umbral de la puerta, sosteniendo con elegancia un hermoso ramo de rosas rojas.

—Buenas tardes —saludó Min, con su porte elegante y su sonrisa encantadora.

—D-Doctor Min... —balbuceó Jimin, sin saber cómo reaccionar ante la presencia tan imponente y atractiva del médico.

—Por favor, llámame solo Yoongi cuando estemos fuera del hospital —pidió Min con amabilidad, extendiéndole el ramo de rosas—. Esto es para ti. Espero te guste.

El corazón del doncel latió con fuerza, el hombre de sus sueños le había llevado rosas rojas naturales. No eran de plástico, no, no. Eran auténticas y posiblemente, muy caras.

Entre ronroneos y caricias [YM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora