II

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Lo primero que sintió en la mañana al despertarse, fueron los labios de Zelda en su cuello. -Buenos días. -Saludó con la voz ronca a la chica. - ¿Ya nos vamos? -preguntó tallando sus ojos.

-Hay que desayunar antes de irnos, anoche tracé una ruta, creo que es la más rápida. -comentó emocionada, Link se incorporó en la cama para bostezar y despertar mejor. La emoción de Zelda lo contagiaba a él.

-Llevaré a los caballos a que pasten. -Avisó el rubio dándole un beso en los labios a modo de saludo y pequeña despedida. Zelda asintió con la cabeza y volvió a acomodarse en la cama, Link la miró extrañado, a veces bromeaba con ella diciéndole que parecía tener un resorte que la hacía saltar de la cama apenas salía el sol, pero seguro la maravillosa noche que pasaron juntos la había dejado más cansada de lo que pensó.

Muy similar a su chica el día anterior, Link buscó su ropa en el piso para vestirse. Antes de bajar admiró a la chica que dormía apaciblemente y caminó sintiéndose el hombre más afortunado del mundo. Tomó el jarrón con las Princesas de la calma y lo sacó para tirar el agua sucia y enjuagar el recipiente, se debatió unos segundos antes de decidir si poner flores nuevas o no, después de todo, estarían lejos algunos días, se marchitarían; pero no quería que Zelda se quedara sin sus flores favoritas, así que se apresuró a sacar a los caballos, llevó al caballo de Zelda a la pastura y se fue con Epona al pequeño bosque que estaba a las afueras de Hatelia, seguro ahí encontraría unas cuantas flores.

Volvió a casa para encontrarse a una Zelda que seguía en la cama. Después de acomodar las flores, subió despacio para despertarla. -Oye, dormilona, tenemos que ir a Ciudad Goron. -Susurró moviendo a la chica con delicadeza.

Zelda abrió los ojos con pesadez y parpadeó un par de veces. -¿Me quedé dormida? ¿Ya no vamos a ir? -preguntó preocupada. Link acarició su rostro y negó con la cabeza.

-Tranquila, aún es muy temprano. Los caballos están pastando, sólo hay que alistarnos nosotros. -Aseguró con calma.

La pareja salió de la cama para dejar la habitación arreglada y luego bajaron a desayunar para poder irse, Zelda se encargó de cerrar bien las ventanas por si llovía fuerte, no encontrarse con un desastre cuando volvieran. Link por su parte, bajó su espada maestra y su escudo de las vitrinas donde exhibía las armas de los Campeones de Hyrule. Aunque uno ya no necesitaba andar armado por ahí, había costumbres que no se quitaban y Link no podía concebir la idea de viajar tan lejos sin su espada o su arco. Nunca estaba de más ser precavido.

Zelda aprovechó que Link fue por los caballos para avisar a una vecina que saldrían de viaje. Cuando ambos estuvieron listos, montaron en los caballos para salir de Hatelia.

-No pasará nada ¿Cierto? -preguntó Zelda algo ansiosa.

Link frunció el ceño y paró a Epona para poder ver a su chica con atención.

-Quiero decir, podemos ir y volver sin que nada... -Comenzó ella.

-Zel, tranquila. -La detuvo Link. -No pasará nada y si pasa, estaré contigo para protegerte. -Aseguró. La chica asintió con la cabeza.

-Lo siento, es sólo que no me acostumbro a esto... -Admitió. -Siento que es un sueño. Que despertaré y estaré en el Castillo y tú en el letargo...

-Estoy aquí. -Le dijo estirando su mano para tomar la de la chica. - Tranquila.

Zelda sonrió con amor. ¿Qué sería de ella sin ese hombre que la cuidaba y amaba más que a otra cosa en el mundo? Ambos volvieron a ponerse en marcha, admirar los paisajes que ofrecía Hyrule era la mejor parte del viaje. Avanzaron hacia el oeste de Necluda, con dirección a los Picos Gemelos, lo mejor era seguir el sendero, en el rancho podían descansar un rato y alimentar a los caballos. Si mantenían ese ritmo, al caer la noche podrían llegar al Rancho del Río al caer la segunda noche de su viaje.

El camino se les fue entre risas y carreras, parecía que incluso los caballos podían sentir la paz en el ambiente y cabalgaban sin preocuparse qué cosa les saldría a la vuelta de la esquina. Cabalgar de noche bajo el hermoso cielo estrellado de Hyrule nunca había sido tan impresionante como esa ocasión, alcanzaron a ver un par de estrellas fugaces y en ambas ocasiones, Zelda detuvo a su caballo para cerrar los ojos y pedir un deseo, Link la miraba con amor mientras la rubia pedía a las Diosas algo, él no podía desear nada más, tenía todo lo que pensó que, por la calamidad, jamás tendría y no habría algo que le gustaría cambiar de su vida, ahora podía ver, que todo lo que enfrentaron juntos los había llevado a uno al lado del otro y las cosas no podían ser mejores para él.

-De regreso, me gustaría ir a Kakariko. -comentó la princesa una vez que se instalaron en el rancho, mientras llevaban a los caballos al establo para que descansaran, se lo merecían. El rubio sacó de su bolsita de viaje un par de zanahorias briosas como recompensa a los animales por haberlos llevado sanos y salvos a su destino. -Hace mucho que no vemos a Impa y a Apaya.

-Tampoco a Koko y a Vari. -comentó Link con una risita.

-Esas niñas te adoran. -Dijo Zelda volviéndose a su chico con una sonrisa.

-¿Qué te puedo decir? Soy encantador. -Alardeó el rubio, recibiendo un pequeño empujón de su novia a modo de juego.

Ambos se acercaron a la fogata para calentar sus alimentos y platicar un poco con la gente del lugar, debían darse prisa para dormir, pues partirían un poco antes de que comenzara a salir el sol.

Link se encargó de preparar la cama para ambos, eran pequeñas, pero dormir pegados no suponía un problema, de hecho, desde que vivían juntos, dormían prácticamente uno arriba del otro, como si quisieran eliminar cualquier espacio entre ellos. Zelda se acurrucó entre los brazos de Link para darle un besito en la barbilla antes de suspirar y cerrar los ojos. Qué día tan agotador, pero en el mejor de los sentidos.

-¿Qué pediste hace rato, princesa? -preguntó Link en un susurro.

-¿Qué? -Habló Zelda medio dormida abriendo los ojos sin entender exactamente a qué se refería su novio.

-A las estrellas fugaces, vi que pediste un deseo. ¿Qué deseo era? -preguntó interesado.

Zelda escondió su rostro en el pecho de Link y rió por lo bajo antes de responder. -Si te lo dijera, corro el riesgo de que no se me cumpla. -Susurró alzando la vista a Link.

-¿Hay algo que te haga falta? -preguntó acariciando el rostro de Zelda con delicadeza.

-No. Lo tengo todo. -respondió con seguridad antes de volver a dormir.

Link le dio un beso en la frente a su chica y cerró los ojos con una sonrisa. La respiración tranquila de la rubia arrulló a Link y ambos cayeron en un sueño profundo y reparador, hasta la mañana siguiente. 

Los designios de la Diosa (Zelink)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora