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La mañana siguiente, cuando Sana se despertó entre tierra y cenizas, supo que nada de lo que sucedió fue un sueño —o pesadilla, aunque realmente esperaba que fuese así—.

Levantó la cabeza ligeramente hacia el cielo y suspiró mientras la visión de las nubes le llevaba a recordar viejos tiempos; cuando, después de todo un día agotador lleno de gritos, golpes y palabras horrorosas, solía sentarse en el césped a observar las nubes y pensar que el día siguiente sería mejor y que algún día su padre estaría orgulloso de ella por lograr ser por fin lo que él siempre quiso que fuera. Todo eso a escondidas suyo, claro está. Él jamás le hubiese permitido tirarse en el suelo de esa forma, habría sido desastroso si la encontraba.

Por suerte, eso nunca pasó. Tantos años viviendo juntos le sirvió para aprender los lugares que él no visitaba. El jardín era uno de esos, por supuesto. Rara vez se le veía por allí. Y Sana tenía suerte de que los empleados que siempre frecuentaban el lugar jamás la encontraron.

Suspirando, y aún con las manos atadas, se levantó y recorrió el lugar con la mirada. De pie a unos metros de ella, la extraña pero fascinante figura de la persona de ayer la vislumbró.

Botas negras, pantalón ajustado, chaqueta de cuero y un sombrero negro era su vestimenta, algo completamente gracioso, pensó, pues su vestimenta hacía juego con su fría y oscura alma —o lo que pudo observar de ella—, y su crudo sentido del humor.

Mientras la analizaba detenidamente, el par de ojos esmeralda se volvió hacia ella y pareció brillar cuando una sonrisa burlona adornó el rostro de la castaña. Sana tuvo que retroceder unos pasos tratando de alejarse de la extraña sensación que esa espeluznante sonrisa le causó a su cuerpo.

—Buenos días, linda.

—Buenos días.

—Justo estaba pensando en despertarte de una buena vez. Parecías disfrutar el descanso. Te veías demasiado cómoda para tu bien así que tenía que hacer algo, ¿cierto, amigo?

Y justo en ese momento, Sana se dio cuenta de que no estaban solas. Seguían siendo las dos únicas personas en kilómetros, pero había algo más que las acompañaba. Y no, no era la falta de tacto y educación de la más alta.

La chica de ojos esmeralda estiró su mano y acarició la cabeza del animal a su lado, quien relinchó de gusto y siguió comiendo la manzana que le ofrecía su dueña.

—¿Qué?, ¿Nunca habías visto un caballo? —hasta que la castaña mencionó aquello, Sana no se dio cuenta de que había abierto la boca de más y se había quedado estupefacta observando al animal.

—No, yo... lo siento —carraspeó, cerrando la boca y regañándose mentalmente por actuar como una estúpida.

Believe In DestinyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora