01 El día de la libertad

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Por fin libre, ya no tenía que aparentar a ser "señorita perfecta" para mis padres, o por lo menos ya no tanto. La universidad era mi boleto de salida de esta casa llena de apariencias donde lo bonito solo se apreciaba en eventos y solo en eventos, cuando había que presentarse ante los demás.

Terminé de subir mis cosas al carrito lujoso que mi padre me había regalado a los dieciséis. Lo llamaba "el carro de la culpa" porque mi padre me lo dio por no estar en mi cumpleaños, y bueno digamos que también una discusión previa a eso tuvo algo que ver con tan maravilloso regalo. Era un Camaro negro; no es que fuera uno tan lujoso, pero era el que yo toda mi vida había querido.

El timbre del celular empezó a sonar, el nombre de mi padre apareció en la pantalla. Después de debatir entre unos segundos entre si atenderle la llamada o no, me digne a hacerlo.

—, te espero en la residencia de tu facultad. Tengo que presentarte a los hijos del señor Kaulitz — se escuchó al otro lado de la línea.

—Buenos días para ti también — respondí con toda la ironía.

—Espero y ya estés de camino. Los cité a las 2:30 de esta tarde—siguió hablando, ignorando mi comentario anterior —. Espero y no me hagas quedar mal.

Demonios. Ya era algo tarde, eran dos horas de camino; por ser el día de llegada se me iba a ser algo complicado pasar entre tantos padres dejando a sus hijos.

— ¿En serio es tan importante mi presencia? Creo que es algo de lo que tú te puedes encargar— digo para restarle importancia al asunto de estar ahí puntualmente. Si se negaba a que yo faltara, tendría que buscar un buen atajo o pisarle al pedal pidiendo un milagro para que los de tránsito no me multaran.

—Hablo en serio, Ayla. Cuando estemos allá, veras porque necesito que estés ahí presente —. Y con eso terminó la llamada.

Creo que necesitaras un milagro para llegar a tiempo.

Tomé mi celular para buscar una ruta rápida. Iba a tener que tomar la autopista lo más seguro, pero no importaba lo que tenía que pagar porque si no llegaba a tiempo, lo iba a pagar con el sermón de mi padre, que para ser sinceros era peor.

Puse música para hacer más ameno el viaje. Sinceramente con After- sonando en el estero y a la velocidad en la que estaba conduciendo, me sentía como en una persecución; algo así como en las películas.

Después de pagar tres peajes y saltarme un que otro semáforo logré llegar a la residencia de mi facultad, ahora solo faltaba buscar estacionamiento. Y como antes lo pensé, esto era un caos. Padres lloriqueando por aquí y por acá porque sus hijos ya dejaban el nido, personas moviendo de aquí para allá maletas y mueblería pequeña.

Tras dar tres vueltas en el estacionamiento ¡Por fin! Había encontrado uno. O eso creía hasta que un idiota de un se atravesó y me lo ganó.

—Maldito idiota—. Le exclame al dueño de tan bonito carro. Por poco lo chocaba y no creo que mi padre estaría muy contento si pasaba eso. De por sí, ya iba tarde en verdad.

El dueño del auto se bajó de éste, se acercó a mí y tras una mirada de arriba abajo (la cual me molesto más), dijo —Lo siento — y aventó un beso al aire para después irse.

Menudo idiota.

Admito que era atractivo. Alto, pelo oscuro y ondulado, ojos grisáceos y ese piercing que llevaba en el labio lo hacía ver muy sensual. Eso no quitó que me había ganado mi lugar y que por poco le choco su auto.

Un auto muy hermoso y costoso, por cierto.

Tras otra vuelta más por el estacionamiento pude encontrar donde aparcarme. Y esta vez sin que alguien se me atravesara para ganármelo.

Camine a paso veloz hasta llegar al edificio, donde por supuesto ya estaba mi padre con los brazos cruzados; señal de que estaba molesto. Junto a él estaba un hombre de traje similar al de mi padre. Supongo que ese es el señor Kaulitz.

—Buenas tardes— saludé a ambos.

—Algo tarde ¿no? — soltó mi padre tras un bufido, notoriamente molesto.

—Lo siento, no encontraba estacionamiento— me excuse, recordando al idiota del bonito Challenger.

—No hay de que preocuparse. Mis hijos tampoco han llegado aún— habló esta vez el señor Kaulitz, con una amble sonrisa en el rosto —. De hecho, ahí vienen.

Y en eso aparecieron dos hombres altos hablando entre sí. Eran muy idénticos, podría hasta asegurar que eran gemelos, solo que por su vestimenta eran como un opuesto uno del otro. Uno venía todo de negro, con una chaqueta que le quedaba muy bien. Era más delgado que el otro.

Espera un momento ¿ese no es el del Challenger?

Y en efecto, ahí estaba el idiota de hace rato. No pude evitar voltear los ojos, a lo que creo que mi padre lo pudo percibir porque me soltó un codazo.

—Una disculpa por la tardanza, pero ya llegaron por quienes lloraban— dijo el chico de la chaqueta con una amplia sonrisa, la cual fue remplazada por la seriedad en cuanto a la mirada fulminante de su padre.

—Él es Adal— dijo el señor Kaulitz señalando al chico de la chaqueta —. Y él es — dijo señalando esta vez al otro chico. Idiota.

Idiota, pero esta de buen ver. Sobre todo, con ese piercing.

No pude evitar darle una repasada con la vista. En serio era atractivo, tenía como una energía de misterio y de sarcasmo al mismo tiempo. Algo que me gustaba mucho, debo de admitir.

—Creo que ya nos conocemos ¿o no? —dijo Anton con una sonrisa burlona.

—Yo no lo creo —me limité a dar una sonrisa de labios pegados para restarle importancia a su comentario.

—Ella es mi hija Ayla por cierto —habló esta vez mi padre para terminar de presentarnos.

—Ayla —repitió Anton con un aire pensativo.

—Bueno, yo digo que hay que pasar para darles la noticia ¿no? —menciono mi padre dirigiéndose al señor Kaulitz.

—Claro que sí —respondió el señor Kaulitz. Y con esto, entramos al edificio para subir por el ascensor.

Sentía su mirada con esa sonrisita burlona sobre mí. Si buscaba ponerme molesta, ya estaba empezando a hacerlo. Solté un suspiro algo fastidiada, lo suficientemente sutil para que no se notará.

Si lo ignoras no te afecta. Si lo ignoras no te afecta.

Salimos del ascensor para dirigirnos a un departamento que estaba a solo unos pasos. El señor Kaulitz saco unas llaves para abrir la puerta y nos dio el pase con un gesto.

Era un departamento ya amueblado, amplio con un segundo piso y terraza, con un diseño moderno. Sencillo pero atractivo a la vista.

—Este es el departamento que compartirán. En la encimera están los juegos de las llaves para cada uno —anunció de repente mi padre. Abrí los ojos sorprendida.

Era una broma ¿verdad?

—A que tengo buen gusto ¿no? —mencionó Adal subiendo y bajando las cejas, admirando a su alrededor.

—Y lo único bueno que tienes en sí —se burló Anton, el cual recibió un golpe en la cabeza por parte de su hermano. No pude evitar soltar una leve risa burlona por el hecho.

Mire a mi padre de manera significativa, no estaba entendiendo nada ¿Compartir el departamento?

Entre las cuerdas de la guitarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora