06 ¡Auch! Dijo el ego

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¡Auch! Dijo el ego

Estos últimos tres días después de todo el lío de la fiesta, el hospital, la recuperación y demás; me sentía mejor a cuanto físicamente se pudiera decir, pero mi mente seguía en un lío. Seguía sin entender qué era lo que había pasado. Ninguno de los chicos podía decirme nada; decían que ellos no vieron nada, que solo me habían encontrado ya desmayada.

Había una laguna muy extensa de aquella noche. No confiaba del todo en ellos, muy en el fondo podía sentir que si sabían algo y que había algo más en todo esto.

Me encontré a Claire un par de veces por los pasillos de la facultad, pero ella solo se limitaba a saludar de lejos. Ya no nos iba a visitar dado a lo que pasó con Anton. Adal también le había pedido algo de tiempo a ella porque a lo que me contó, ella también conocía de esa regla que tenía él hacía con Antón. Adal no le habló como por dos días a Anton, pero se arreglaron por el "decreto de helado". Era algo así de: quien quería disculparse, debía de llevarle un helado del sabor favorito al otro. Algo un poco cliché por cierto, pero era algo que Adal puso como regla para sacarle algo de provecho al asunto.

La mayoría de los de mi clase no eran muy sociables que digamos, cada uno estaba en su propio mundo. Podías encontrar de todo, básicamente su ropa hablaba del género de música que escuchaban. Mis clases se basaban técnicamente en saber utilizar los programas de sonido. Teníamos una clase de música en concreto, yo había elegido el piano para empezar algo suave. Por cierto, mi carrera se trataba de producción de música. Quería hacer música a como diera lugar, ya sea siendo la voz o la persona detrás de todo eso.

Durante estos días también, me contó Adal que él y su hermano tenía una banda junto a otros dos chico. Adal era el cantante, Antón era el guitarrista y los otros dos chicos eran el bajista y el baterista. Estaban a punto de firmar con una discográfica muy pronto. Era completamente genial.

—¿Quieres venir con nosotros? —preguntó Adal recargándose en el reposabrazos del sofá. Tan alegre como siempre.

—¿A dónde? —lo volteé a ver con los ojos entrecerrados, curiosa.

—A nuestros ensayos— dijo Anton bajando de las escaleras, con una guitarra en la mano.

—Claro que si—respondí apagando el televisor —. Yo seré su mayor fan desde ahora— bromeé.

Adal solo empezó a aplaudir entusiasmado, y Antón asomó una pequeña sonrisa genuina.

¿Ese hombre si puede sonreír de verdad? ¿Sin arrogancia o burla?

Nos fuimos en la camioneta de Adal, porque era obvio que no íbamos a caber ni en mi auto, ni en el de Anton con todas las cosas que llevaban.

Llegamos a un edificio que estaba fuera del campus y ya nos esperaban dos chicos. El primero era un chico de lentes, se veía algo tímido para ser sinceros; su cara era muy tierna, parecía un niño cohibido. El segundo se veía más simpático y sociable; lo decía su sonrisa, brillante pero relajada al mismo tiempo. Supuse que éste último era el bajista por el estuche que portaba consigo, el cual era algo parecido al de la guitarra de Anton. Entonces el chico de lentes sería el baterista.

—¡Hola, chicos! —corrió Adal hasta ellos, para después adentrarse al edificio.

—¿Quién es la chica? —preguntó el chico el segundo chico con cierto tono pícaro, como que si yo no los podía escuchar.

—Es Ayla, nuestra roomie— contestó Anton bajando unas cosas de la camioneta y pasándoselas a los chicos.

—¿No es la del...? —empezó el chico de lentes, pero no termino la pregunta porque recibió un codazo del otro chico.

Anton lo volteó a ver serio. Se veía tenso.

—¿La del qué? —arqueé una ceja, incitándolo a que terminara la frase.

Todos se voltearon a ver entre sí, se veían nerviosos y eso hacía que mi intriga creciera al igual que mi desconfianza. No podía significar nada bueno por la manera en la que estaban reaccionando justo ahora.

—Nada, solo que. Bueno es que como verás— empezó a explicar el segundo chico —. Anton es del pueblo y para el pueblo. De seguro Günter pensó que eras una de esas chicas— dijo refiriéndose al chico de lentes.

—No soy un prostituto, Helge— replicó Anton indignado.

—Yo no quise decir eso— explicó el segundo chico, Helge.

—Pero mentira no es— agregó de manera burlona el chico de lentes, Günter.

—Bueno— llamé la atención de los tres —. En primera, a un prostituto le pagan y por lo visto, Anton lo hace más por el amor al arte o a su promiscuidad más bien.

¡Auch! Dijo el ego.

Los chicos se empezaron a reír a carcajadas, pero por el contrario a Anton estaba claro que no le hacía ninguna gracia, lo demostraba su mandíbula tensa y su cara de pocos amigos.

—Y en segunda— continué —. A mí no me gustan los promiscuos, así que no soy parte del "pueblo"— dije haciendo énfasis en la palabra.

—Esta chica tiene humor— mencionó Günter.

—Algo diferente— me guiñó el ojo Helge tomando unas cosas de la camioneta para llevarlas al edificio.

—¿Te ayudo con algo? —me volteé hacia con Anton.

—Con que soy un promiscuo, ¿no? —contestó de mala gana.

—Solo era una broma— respondí para restarle importancia.

Si querida, pero le has dado en todo su ego.

—Ah claro, es que hablo la señorita en grandes experiencias sexuales— giro hacía mí acortando algo de distancia.

—¿Y eso que tiene que ver? Era solo una broma Anton —rodeé los ojos. ¿Por qué le daba tanta importancia?

—Para mí que hace falta que te den— dijo burlón repasándome con la mirada.

—¿Disculpa? — respondí ya molesta.

—Si eso es lo que te hace falta— respondió lamiéndose los labios.

—Oh no, claro que no— di un paso hacía él aún más molesta—. Yo no soy como tú que se va y se acuesta con la primera que se le cruza— clave mi dedo índice en su pecho, haciendo que retrocediera un poco.

Estaba enojada. Era solo una broma ¿Por qué se lo tomaba tan personal?

Porque le diste donde más le duele.

Él tomó mi mano atrayéndome hacía su cuerpo. Chasqueo la lengua molesto, sus ojos mostraron enfado. Y me molestó más el hecho que el estuviera molesto, y solté lo primero que se me cruzó por la emoción.

—Aléjate— lo empuje—. Sabrá cuantas enfermedades venéreas haz de tener— lo miré con asco, pero era más por el enojo que traía.

Y fue ahí. Cuando su cara cambió a estar totalmente serio, sabía que la había cagado. Yo tampoco debía tomarlo tan así. Lo debí haber ignorado y ya.

—¡Vete a la mierda, Ayla! —exclamó Anton cerrando la cajuela. Pasó por mi lado empujándome y se fue al edificio.

Pude ver a Adal en la entrada con cara de confusión cuando Anton le dijo algo, que por obvias razones yo no podía escuchar estando al otro lado de la calle.

—¿Qué es lo que pasó? —pregunto estando una vez a mi lado.

—Una tontería, pero creo que si me pasé— confesé apenada—. ¿Sabes? Mejor otro día vengo a verlo— dije con una sonrisa tímida y tomé el primer taxi que vi.

Entre las cuerdas de la guitarraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora